sábado, 19 de diciembre de 2009

2009: Epílogo

Si la nieve lo permite, salgo en 7 horas hacia Valencia para pasar las vacaciones de Navidad.
Ha pasado un año. Sin embargo, como los recuerdos dolorosos tienden a borrarse y la percepción del tiempo es tan bizarra, ahora mismo se me hace raro lo que unos meses atrás me parecía tan lejano.
En este año debía aprender muchas cosas, pero siguiendo mi tradición de pensamiento positivo, repasaré lo que no he aprendido:
-No he aprendido inglés, porque me paso la vida con españoles, polacos, japoneses, checos, italianos, argentinos, etc.
-No he aprendido lo suficiente sobre depresión y ansiedad, aunque por primera vez en mi vida he padecido sus síntomas.
-No he aprendido a ir bien en bicicleta, aunque sólo he tenido un accidente y una caída.
-No he aprendido apenas nada sobre cocina inglesa. Aunque teniendo en cuenta la variedad, quizá lo he aprendido todo.
-No he aprendido a vivir sola.
-No he comprendido mi objetivo en la vida.
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No he aprendido muchas cosas, pero quizá ha sido porque yo no he querido. Y porque no he dejado a tantas personas que me han acompañado en estos meses que me enseñaran a vivir aquí.
Como epílogo de este año, mis más sinceras gracias a todos los que me habéis acompañado en ese peregrinaje de momento infructuoso, del que estoy segura recogeré sus frutos cuando ya no haya manera de volver atrás. Y mis disculpas por no saber corresponder a vuestros esfuerzos con más sonrisas y menos muecas.

Carmen from yellow walls vuelve a casa por Navidad; nos veremos de nuevo en 2010.

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¿Todo es ambiguo? Quizá

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El bogavante

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Barbacoas a lo que dé...

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Y sin embargo, se mueve

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Consiguiendo avanzar

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Cervecitas y papas, pasitos pequeños...

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Amor y Psiqué

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Un poco de luz

jueves, 17 de diciembre de 2009

Pain is so close to pleasure

Ya lo decía Freddie Mercury, y como casi siempre en las más estúpidas de sus canciones, tenía razón. O eso dicen las eminencias de Oxbridge.
Hoy hemos tenido la oportunidad de escapar de yellow walls a Londres para asistir a unas conferencias navideñas de la British Neuroscience Association. Según Rafalek, ha sido una aventura comparable a cuando aquel perro le ladró en Gottingen (aparentemente, la vida en la fría europa, o en esta fría isla, te suele recompensar con estas maravillosos acontecimientos fuera de lo común; pero yo no lo podía saber: qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo).
Para ser justos, han sido unas charlas entretenidas- todas menos una, la de la señora con más professorships de entre todos los ponentes-, con un tema siempre apetecible: la neurociencia del placer, el refuerzo y la felicidad. Pocas conclusiones nuevas, sin embargo: que a pesar de que nos pasamos la vida intentando cambiar nuestra vida- o, según nuestras intenciones, mejorarla- esto no incrementa significativamente nuestra felicidad, que tiende siempre a un nivel basal; que la predisposición genética a ser un triste sólo actúa cuando existen factores externos; que el patrón de disparo de las neuronas dopaminérgicas señaliza la aparición inminente de una recompensa; que las personas que miran las vacas en los prados disfrutando de la belleza de la vida, donan a asociaciones benéficas y practican con los maravillosos sistemas desarrollados en Cambridge tienen menos probabilidades de desarrollar Alzheimer; que la unidad de placer, un hedón, es lo que siente una rata Lister-Hooded de 300 g, deprivada, cuando consume un pellet de 3 g (los números los invento, no los recuerdo ni creo que sean muy interesantes) y que por supuesto, esta unidad también se estableció en Cambridge; que para la época, Spilberg lo hizo muy bien al seleccionar la banda sonora de Tiburón, pero que hoy en día nos da bastante risa (suena un poco off topic pero ha sido una charla entretenida sobre la neurobiología de las emociones elicitadas por la música, con la simpática idea de traer a un clarinetista y un saxofonista en directo); etcétera.
Y sin embargo, la discusión final ha girado en torno al dolor. Sólo una conferenciante, de Oxford para más señas, ha hablado sobre dolor, sobre cuán subjetiva es nuestra percepción del dolor, sobre un experimento diseñado para evaluar cuando el dolor puede ser placentero. Aparentemente consiguieron esto último: cuando previnieron a los voluntarios que iban a hacerles padecer un dolor intenso, pero luego sólo les produjeron un dolor moderado, los sujetos experimentaron una sensación placentera, y los circuitos neurales del refuerzo se activaron. (Algo parecido ocurre con los pesimistas, cómo ha dicho otro conferenciante: los premios son más reforzantes para ellos, porque siempre esperan lo peor. De una manera o de otra, siempre acaban dándome la razón acerca de los peligros del pensamiento positivo).
¿No es sorprendente que el debate se haya dirigido exclusivamente hacia este tema? Incluso el chairman ha hecho un tímido intento de desviar la atención hacia la felicidad recordando tímidamente que era el asunto central de las conferencias, y que además siendo estas fechas se supone que estamos contentos, pero la concurrencia erre que erre volviendo al dolor. ¿Eran todos masoquistas, o tenían una fijación morbosa con el sadomaso? ¿Quizá esa fijación con los eventos negativos deriva del aburrimiento, porque cuando lo más interesante que ocurre en tu vida es que un perro ladre, necesitas sentir al menos dolor? ¿Buscamos el dolor de manera patológica como único medio de experimentar placer en un mundo saturado de placeres que ya no podemos saborear?

Hoy ha nevado sobre Londres, y la gente seguía con sus compras navideñas.

martes, 8 de diciembre de 2009

Lo extraordinario

Soy atea, pero me pareció natural, de paso al autobús apresurado, encender una vela en la iglesia católica de Cambridge. A mí no me consuela, pero sé que a mi suegra sí. A veces necesitamos estos símbolos cuando la muerte se cruza en nuestro camino y nos quedamos solos ante la confusión y los porqués.
Para sacudirme de encima el mal sabor de boca de un viaje angustiado, un velatorio incómodo con algunos infiltrados roncadores apoderándose de los sofás (para más información recomiendo la lectura del cuento "Conducta en los velorios" de Cortázar), la visión insistente de un cadáver que ya no era más la abuela María, los rituales obligados del incienso, el agua bendita y los Cristo la tiene en su regazo, regocijémonos porque nos espera en la vida eterna y demás torturas, empleo el largo viaje de vuelta a Cambridge en recordar cómo era la abuela antes de que la vejez la consumiera poco a poco hasta apagarla del todo.
Recuerdo que me enseñó la técnica precisa para cortar adecuadamente las patatas para la tortilla, de ella aprendí como se hace el sandwich perfecto, me tejió unos peúcos para mantener los pies calientes en invierno, me daba estrenas por Navidad igual que a sus nietos.
Lo extraordinario de la abuela era que no tenía nada de extraordinario: su carota redonda y sonrosada coronada por los típicos rizos blancos; su luto y su bata; su sentarse en el sofá a ver el cine de barrio; su hacer la comida, la cena, cortar y repartir el pan, incluso su nombre.
Lo extraordinario de la abuela María era su sencillez, su saber congregar a la familia a su alrededor para darle lo que sólo una abuela perfecta puede proporcionar: el cariño de abuela, la paz de descansar en el hogar.

jueves, 3 de diciembre de 2009

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