jueves, 27 de enero de 2011

Encuentra la diferencia


Hoy me gustaría invitaros a un ejercicio muy simpático. Observad las dos fotos. Son dos soportes para cámara cctv (como zoovoyeur que soy necesito instalarme un sistema de videovigilancia) aparentemente con pocas diferencias entre sí, aparte del color y los materiales. Sin embargo, uno, en una tienda de informática y material fotográfico sita en algún lugar de Catalunya, cuesta 4.53€ más gastos de envío si se compra por internet (si necesitase 9 soportes para vigilar a toda la colonia, los portes me saldrían gratis), y la se entrega se realiza en 24-48h. El otro, que viene de una empresa productora y suministradora de material de laboratorio, sita en algún otro lugar de Catalunya, no muy lejano, cuesta 380€ + IVA, es decir, 448€, y el plazo de entrega es de 30-40 días.


¿Alguien se atreve a adivinar cual es cual?


Y dejemos abierto el debate sobre los pilares de la economía...

martes, 25 de enero de 2011

La crisis y clase media

A ver la vida pasar, resignada, trabajando, en lo que me den, hasta que me echen, o me canse, y no me pienso estresar, precisamente ése es el problema, que con esa actitud no se puede exigir nada, es culpa de ellos, porque yo sé que es culpa de ellos, pero si uno no hace lo que toca, así no puedo decir nada, se puede resumir en un pasaba yo por aquí y perdí x años de mi vida, básicamente, pero vamos, sí, tu quéjate, sólo te lo cuento, y yo, sólo te lo cuento, porque para uno quejarse tiene que importarle, y a mí ya no me importa, pero eso es lo que te digo, que en el momento que a uno ya no le importa, no puede reclamar nada, ni quejarse, connivencia con el sistema, y así nos va, he cometido muchos errores en mi vida, y así me va, y los errores han sido, hacer lo que se supone que tenía que hacer, y no tener claro lo que quería de verdad, así que hasta que esté a gusto con mi trabajo, pues voy pegando palos de ciego, fíjate, todo lo contrario que Steve Jobs les dijo a los de Stanford, pero claro, el hombre se está muriendo igual, es un hijo de la gran puta, eso dicen, flipao, budista, vegetariano, que pide a sus empleados que adoren tanto a su criatura como la adora él y dediquen su vida a su obra, uno puede hacer lo que dice Steve Jobs, o cuando tiene mucha pasta, o cuando no tiene nada, pero nosotros, que estamos en medio, je, aquí estamos, soportando el mundo sobre nuestros hombros, ese es el verdadero significado de la clase media, porque ni podemos permitirnos ser unos hijosdeputa como el Jobs, desde el currito al ingeniero, los que no tienen verdadero control sobre sus vidas, ni nos atrevemos a comprarnos una furgoneta e irnos a vivir a la playa con tres perros, clase mediocre, no media, frustrada, y conformista,
tenemos que hacer algo, ya estamos haciendo algo, sí, aceptar barco, y pulpo, cambiar nuestras vidas, en forma de trabajo, por dos semanas en la playa y un coche aparcado en la puerta, pues me toca los cojones lo de aceptar barco, en general pero vamos, hoy no me he levantado con ánimos ni moral como para cambiar el mundo, así que prefiero seguir trabajando, y mañana sera otro dia, es martes,
(y entonces fue cuando ganaron)
y volvimos a la edad media, que decía Anguita 
y a partir de ahora trabajar será un privilegio, y a fuerza de vivir un poco más cerca del amo que el resto de los esclavos pensaremos que somos parte de la familia del amo, olvidaremos nuestra realidad, y el sistema se garantizará nuestra obediencia gracias a nuestro miedo a perder nuestros privilegios de esclavo, porque no nos olvidemos, la tele, los periódicos, la radio, no nos deja,  que estamos en crisis, que un día podemos perderlo todo, que tenemos que aceptar rebajas salariales porque si no lo hacemos, nos podemos ver en la calle 
estoy bien
y eso es lo peor
se asume
y punto

y en unos años
reírnos de todo esto
más viejos y más sabios

(y el sistema no funcionará para siempre, la economía está por encima de la política, pero el dinero es humo, como mucho papel, y desgraciadamente nosotros no somos xilófagos)


Ing. José Vicente y Dra. Carmen, clase media en crisis

martes, 11 de enero de 2011

On idiocy and imbecility


Os presento a cuatro de mis compañeros de piso: mi cabeza frenológica, la que compré en Portobello Market y los tres folletti que me regaló, perche mi portassero fortuna, el ínclito Dr Castellano, del que quizá os hable otro día.
La frenología fue muy popular en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XIX, y viene al caso porque por esa época, en 1866, apareció en este país An ethnic classification of idiocy, un ensayo de un médico que trabajaba en asilos de idiotas y parece que también ganaba su buen dinero cobrando por asistencia privada al margen de las instituciones. En este ensayo, el bueno del Dr John Langdon Down nos contaba que I have been able to find among the large number of idiots and imbeciles which came under my observation that a considerable portion can be fairly referred to one of the great divisions of the human family other than the class from which they have sprung. Down pensó que la culpa de la idiotez de estos pacientes la tenía la influencia degenerativa de la tuberculosis, que hacía que individuos de raza blanca regresaran a un estadio previo, menos evolucionado, hacia la raza inmediatamente inferior: The great Mongolian family has numerous representatives, and it is to this division I wish, in this paper, to call special attention. A very large number of congenital idiots are typical Mongols. También observó que unos pocos idiotas más severos pertenecían a razas incluso más degeneradas, a saber, los Etiopes. Pero con mucho lo que venció en popularidad fue el estudio de los Mongoloides*. 
Leí esta historia en un libro de Gould, pero ya que mis actividades profesionales, por una serie de acontecimientos desigualmente buscados y encontrados, me han puesto en contacto con el síndrome descrito por este médico inglés, he decidido documentarme más y descubrir si el buen hombre era tan racista como parece. Como era de esperar, no era más que un señor de su época, lo que no cuenta Gould es que incluso era progre para entonces. Down también escribe: These examples of the result of degeneracy among mankind appear to me to furnish some arguments in favour of the unity of the human species. Es decir, el género humano tiene un origen común: los no-blancos no son especies distintas, como sostenían otras mentes pensantes por aquel entonces, sólo son más idiotas. (Y aquí viene mi incorrección política) Ahora, vas y se lo cuentas a los chinos
Ni que decir tiene que la teoría empezó a tambalearse al descubrirse sujetos de raza negra que padecían el síndrome, y que contrariamente a como cabría esperar, no eran igual de listos que los mongoles, sus inmediatamente superiores según Down...
En 1959, Lejeune et al descubrieron la presencia de un cromosoma 21 extra en los individuos antes conocidos como idiotas mongoloides.
En 1966, afortunadamente, la OMS votó por inmensa mayoría el reemplazo del término "Idiotismo mongoloide" por el de "Síndrome de Down".
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*El término fue aceptado en general por la comunidad médica, a honrosa excepción de varios médicos escoceses que prefirieron embolsarse la descripción de estos pacientes como "Idiotas Kalmucos", en referencia a una etnia también procedente de Mongolia.

lunes, 10 de enero de 2011

El balón de oro

En vilo me tenía tan trascendental cuestión. Menos mal que por fin se ha despejado la duda y ya podemos dormir tranquilos: sin duda ha ganado el Barça, esa filosofía de apoyo a los jóvenes jugadores, esa humildad, todo ese bla.
Fue a principios del siglo pasado (cómo me cuesta aún referirme así al XX), con el nacimiento de la sociedad de masas, cuando el deporte dejó de ser cosa de una élite despreocupada y ociosa y pasó a convertirse en el entretenimiento principal de unos obreros que a fuerza de sangre, sudor y lágrimas se abrían paso en las ciudades como podían y poco a poco ganaban en derechos, y poco a poco las jornadas laborales inacabables se recortaban y los sueldos crecían un pelín, y necesitaban algo más que alcohol para quedarse tranquilos durante ese pelín de tiempo gastándose ese pelín de dinero. Sociedad del bienestar, lo llaman desde hace un tiempo, panem et circenses lo llamaron los romanos (y de ellos hablaremos otro día). Porque a pesar de lo que creamos todo está ya inventado. En el estado español, como dicen por estos lares, quizá gracias primero a la filosofía republicana-socialista que veía el deporte como una gran forma de alejar al obrero de la cantina y canalizar su energía y camaradería y solidaridad, y más tarde por la fascista del culto al cuerpo y al superhombreario, poco a poco se consolidó una de las creencias populares más arraigadas, a saber, que el disfrutar del partido de furgol de los domingos es un derecho inalienable de la persona humana. Y lo dice una que cada dos semanas se sienta en una silla de plástico amarillo para ver correr y saltar y meterse ostias como panes a 10 tíos en pijama de verano. ¡Pero el es que el baloncesto es otra cosa, permitidme el exabrupto! Que no me veo yo a las estrellas mandrilistas escribiendo un blog tan interesante como el del Palomero cuando vuelven de fiesta haciendo eses con el deportivo. Y sí, una también tiene derecho al entretenimiento, a una no le da la gana prescindir de ello, pese a que le pese saber que todo es un engaño. Lo cual me lleva a que me he desviado bastante del tema que lleva unos días rondándome la cabeza: mi creciente resignación y desesperanza. 
La convicción de que la ilusión momentánea de libertad que nos ha durado unas décadas, más o menos desde que nací yo, diría, hasta ahora que los mercados, esos entes que nadie osa definir, amenazan con engullirnos, se está acabando, y, lo que es peor, no sé, no sabemos, qué hacer. Porque no queremos perder nuestro derecho inalienable, aunque paupérrimo, de ver el partido de los domingos y salir de tapas. No en vano nací el año en que mataron a Lennon,y yéndome por los cerros de Úbeda se me ha hecho ya muy larga esta entrada, y de todo esto hablaremos otro día.

martes, 4 de enero de 2011

...relojes siderales y cronómetros para observaciones astronómicas y científicas, clepsidras, relojes de arena...

Leo estas líneas en el tren de vuelta a Barcelona tras las vacaciones de Navidad.
Reflexiono: Soy un almacén de ingentes cantidades de informaciones inútiles, de qué me sirve saber qué narices es una clepsidra. O saber que la culpa de la desgracia de Hermafrodita la tuvo Salmacis, que los dos satélites de Marte (sus hijos griegos, Fobos y Deimos) son en realidad asteroides atrapados de órbitas irregulares, o no saber, pero tener la certeza de que no puede ser otra sino La Clemenza di Tito la ópera que escribió Mozart con el motivo de la coronación de Leopoldo II. Zas, Jordi Hurtado me dio la razón.
El fragmento que llama mi atención, que a pesar de lo que pudiera parecer sacado de contexto, no habla sobre el irrefrenable paso del tiempo, pertenece a la novela La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, que me ha reglado mi other half, una delicia para pasar el trayecto de algo más de tres horas y culturizarse a la vez sobre mi ciudad de acogida. Un escritor de los pocos que me ha hecho descubrir mi susodicho, que, al contrario de lo que me pasa a mi, almacena enormes cantidades de informaciones útiles rara vez leídas sobre papel impreso.
Reflexiono: cómo me jode, me jode sobremanera tener que leer en el tren, y no poder disfrutar de la lámpara que compraste poco antes de mi exilio, para que yo pudiera leer mientras tú veías la tele con tus piernas sobre mis rodillas.

Como escurriéndose implacables por la clepsidra, dos años han pasado desde aquel pánico inicial.

lunes, 3 de enero de 2011

Ochenta años

Soy una persona muy afortunada. De las pocas que a los 30 años aún disfrutan de todos sus abuelos biológicos.
Hace un año, cuando perdí a mi abuela "adoptiva", reflexionaba sobre lo extraordinario de todas esas personas como la abuela María, cuyas vidas parecen discurrir sin ningún sobresalto, sin ningún acontecimiento especialmente sobresaliente, y que sin embargo son imprescindibles para los otros. Porque la valía de cada uno podría muy bien medirse mediante su influencia sobre los demás.
Soy una persona extremadamente afortunada, ya que he tenido la suerte de que una de las personas más imprescindibles y más sobresalientes para mí seas tú, la yaya Neme.
Y mira que dijiste veces que a los ochenta te ibas, y que si no te ibas, que te metiéramos en un barco y lo hundieran, porque nunca has querido ser una carga para los demás. Pero no lo dijiste
en serio, afortunadamente, y ahora alcanzas la venerable edad, con una dignidad y una juventud envidiables, con la gente del pueblo aún confundiéndote con la hermana de tu hija, con la coquetería intacta que te lleva a vestir de vez en cuando con vaqueros (¡y qué orgullosa he estado siempre de ser de las pocas personas que puede decir eso de su abuela!) y con los demás sabiendo que nunca serás una carga.
Naciste el 3 de enero del 31 en un lugar de la Mancha de cuyo nombre hoy nos acordaremos, Almagro. En mitad de una familia que daría siete hijas y dos hijos, pobre. Del pueblo me has contado el miedo que sentíais cuando los aviones de la guerra civil os sobrevolaban, como tú y tus hermanos aprendisteis a escurriros por cualquier grieta a robar huevos, a espigolar en el campo en busca de algo que llevaros a la boca (empresa peligrosa que casi le costó una oreja a tu hermano Ramón, el que iba antes que tú y al que tanto cariño tenías, y que murió tan pronto cuando llegasteis a Valencia), a trepar a los árboles cuando soltaban a los toros. A tus quince (si no recuerdo mal) tu padre recogió a tus hermanas mayores y a ti y llegasteis a Valencia a buscaros la vida. Vivisteis en el Grao, y mientras tus hermanas servían y tu padre trabajaba en el puerto, tú trabajabas en una fábrica textil. No sabías apenas leer, ni escribir, ni sumar, ni restar, ni por supuesto hablar en valenciano, pero pronto la encargada se dio cuenta de que trabajabas más que las demás, y te dio nuevas responsabilidades. Tú aprendiste con tesón, a contar, a leer, gracias a los carteles de los escaparates cuando salías a pasear con tu novio, mi yayo, que te ayudaba, que antes que tú llegó a sus 80 y como tú es extraordinario. Os casasteis, tuvisteis dos hijas, abristeis un pequeñísimo negocio en un barrio de emigrantes manchegos y extremeños de un pueblito del área metropolitana de Valencia, una droguería de 20 metros cuadrados que aún recuerdo en blanco y negro, en la que vivisteis los cuatro durante años antes de poder comprar una casa. Te levantabas a las 6 de la mañana para ocuparte de la casa, de tus hijas, de tu marido, del negocio. La primera vez que tuviste una lavadora, te la llevó el que sería mi padre.
Tengo tantos recuerdos de ti que no sé cuales seleccionar: cómo me contabas el cuento de Carepusita y el de Garbancito, como me pusiste barro en el dedo el día que me picó la avispa, como me preparabas la cena en el chalé, como jugábamos a las cartas con tus hermanas, como parecía que nunca estabas cansada, siempre trabajando y luego cocinando, y fregando, y con tu gimnasia. Cuando tuviste un ataque bastante malo de artrosis y eras incapaz de levantar el brazo, y hacías rehabilitación en el almacén de la droguería agarrándote con las uñas, siempre perfectamente pintadas, al gotelé de la pared. Cómo las mujeres que iban a la droguería siempre te llamaron Señora Neme. Porque te habías ganado el título de Señora.
Para mí representas más que una abuela: eres un modelo a seguir, un orgullo, la personificación de la lucha, de la fuerza de voluntad. Por eso quiero que mi primera entrada del año que preveo mucho mejor que el anterior sea para ti. Este es nuestro año, yaya. Tenemos que seguir adelante, tú cuidando tus ochenta y los ochenta del yayo, pudiendo con todo como siempre, con tus clases del cole, peleándote con las divisiones entre dos cifras (no te preocupes demasiado, que ya dominas las de una, y a ver si por fin la maestra te hace caso y te enseña geografía), con tus paseos, tu costura, tu leer el diccionario y tu hacer cuentas en tus cuadernillos Rubio, tu peluquería los martes (¿o son los jueves?), tu yoga, tu vida sencilla que tanto y tanto me ha enseñado.
Y yo adelante siempre, tu nieta doctora (aunque no pueda firmar recetas) vagando por el mundo haciendo sus cosas de investigadora, pero siempre con un pie en casa con los suyos, y siempre orgullosa de su superyaya, que cumple ochenta, pero cuya sabiduría es milenaria.


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Foto: en la puerta de la droguería, sobre 1984, mi tía, que me dio mi nombre, mi yaya, que me dio sabiduría, mi madre, que me dio la vida, y miniCarmen con moños de valenciana....ay....