jueves, 24 de noviembre de 2011

The great pretender

Las memorias emocionales son extraordinariamente precisas (pero de la amígdala hablaremos otro día): hace 27 años, en mi casa, una tarde, un hombre se asomó al televisor ataviado con un enorme bigote negro, una bonita peluca y una minifalda de cuero; entonces, a mis tiernos 4 añitos, me enteré de que existían múltiples tipos de personas, con múltiples opciones de vida, como me tuvo que explicar mi madre; hace 20 años, tal día como hoy, en el chalé de mis abuelos, entré en shock al oír en las noticias del mediodía que Freddie Mercury, quien desde hacía unos meses era mi nuevo ídolo musical, acababa de morir. Entonces no existían ni los ipos ni los cedeses (mira que soy vieja) y yo me grababa sus canciones con un casette cuando las ponían en la radio, y de noche, al irme a dormir, las escuchaba una y otra vez. Esas navidades les pedí a mis padres (como no tuve infancia, no recuerdo haber creído nunca en los reyes) el vinilo (joer, sí que soy vieja) Greatest Hits II. Hace 16 años gané por primera vez dinero por mí misma (el concurso de literatura del instituto, 5000 pesetas, joer mira que...) y mi primera inversión fue un libro de la biografía de Freddie Mercury. Más tarde, cuando empecé a trabajar de verdad, y se inventaron los cedeses y la esgae, poco a poco me hice con todos los de Queen de los '70 y algunos posteriores (nunca he podido tragarme los infumables Flash ni Hot Space, lo siento): puedo recitar de memoria todas sus canciones.
Por darme el gustazo de revisitarlas, y por ponerme un reto con el que procrastinar aún más hoy (sí, debería estar trabajando), me permito elaborar, cual protagonista de High Fidelity, las 5 canciones de Queen que me apetece escuchar esta noche por orden cronológico (y vale que muchas son de May, pero no hubieran valido un pimiento si no las hubiera cantado Mercury) en memoria del más grande, que voló, con las alas de mariposa que llevaba pintadas en el alma, hace hoy veinte años, dejándonos una leyenda y un gusto agriamargodulce en la boca del estómago. 


1. Keep yourself alive (Decora, como típica frase que se coloca para demostrar que eres muy culto y leído y has seguido a los clásicos durante tus estudios, la primera página de mi tesis doctoral)
2. Bohemian Rhapsody (La mejor, sin duda)
3. Somebody to love
4. Don't stop me now 
5. The show must go on (Qué remedio!)




Y una de regalo, que, aunque es una versión, ilustra perfectamente la personalidad (dicen) del genio.


Bis. The great pretender.


Cuando alguien te pone los pelos de punta tantos años después de desintegrarse, significa que la muerte no existe.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La siesta de la democracia

Después de un domingo de sofá y arroz con setas, bajo a la calle con dos bolsas de basura y, tras depositarlas en la urna electoral, me dirijo al contenedor e inserto las papeletas en el ídem correspondiente...¿o lo he hecho al revés? No me importa, va a servir para lo mismo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

La manzana de Alan y el bacilo de Piotr

Dice Borges que un solo hombre ha nacido, un solo hombre a muerto en la Tierra. Afirmar lo contrario es mera estadística, y yo lo creo, porque la historia se repite de manera circular (y si no ya veréis mañana como las televisiones nos ofrecen el mismo espectáculo dantesco de cada 4 años), la energía ni se crea ni se destruye, el fatum nos arrastra a coincidencias cómicas, melodramáticas, trágicas. 
¿Soñó Tchaikovsky, en una última agonía de cisnes blancos y negros, con quien 19 años después de su muerte nacería con su mismo destino? ¿Era consciente Turing de que su muerte a las afueras de Manchester era una copia distorsionada de aquélla que aconteció 61 años atrás en San Petersburgo? ¿Qué podían tener en común el compositor ruso que probablemente sea unos de los más conocidos por la cultura popular con el matemático inglés que imaginó por primera vez un mundo de máquinas pensantes, o lo que es lo mismo, el padre de la informática, sino su muerte? A ambos los suicidaron, porque habían elegido la libertad sexual en un mundo en el que la libertad todavía no se había extendido tanto como en el actual (pero cuántas veces pienso que quizá aquella libertad reprimida lo fuera más que la que disfrutamos ahora, tantas veces pisoteada, adulterado su nombre por unos cuantos que braman desde sus púlpitos y que si no fuera porque dan tanta risa, nos darían escalofríos de miedo). 
El ruso, cuando el comité de ilustres dictaminó su sentencia, decidió beber agua contaminada. El inglés, tras un doloroso proceso de castración química, se decantó por la poesía blanca y nevada de una manzana envenenada*.
En la jornada de reflexión no se debe hacer apología de ningún partido, por eso yo, desde mi humilde púlpito, comparto esta pequeña historia para, emulando a la iglesia universal (que no hace apología de ninguna ideología, faltaría más), aconsejar a mis fieles (o sea, a mí misma y a quien se pase por aquí) no votar a un partido que atente contra su conciencia. Yo, que respeto todas las conciencias, sobre todo cuando son verdes y hacen cri, sé que contra la mía atentan aquellos que, entre otras muchas cosas que no tienen que ver con la bonita historia relatada, creen que quienes eligen al irse al catre lo mismo que Turing y Tchaikovsky deben hacerlo a escondidas. 
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* Pero también dicen que en realidad Tchaikovsky murió de cólera por accidente, y que Turing era un guarrete que no se lavaba las manos después de sus experimentos. Aquella manzana regada con cianuro, dicen, decora unas computadoras muy conocidas... 






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PS. Las vueltas que da la vida, las casualidades del destino, o como quiera usted llamarlo, han hecho que desde hace un mes, mi sueldo lo sufrague un excelentísimo ex-fellow Cambridgeano, que realizó su tesis doctoral con uno de los premios nobeles del Trinity. Pues bien, atentos al e-mail que nos ha forwardeado hoy a los miembros de su grupo, para que sepamos de sus actividades extraescolares:



Dear Dr. X,

In 2004 you pointed out to me that two pages on our digital archive http://www.turingarchive.org/ (pages 70-71 of AMT/B/22) were incorrect.  It has taken seven years but we have finally sorted it out.  I just wanted to let you know.

Y
Archivist
King's College

A veces, llego a echar de menos el humor inglés....

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Un matemático indio en Cambridge

Hace un año que empecé a trabajar en Barcelona, tres años y cinco días que me ofrecieron un puesto de trabajo en Cambridge. Celebro la efeméride con la edificante historia de Srinivasa Ramanujan*, una de esos perlas con que se nos obsequia de vez en cuando. 
Ramanujan suspendió hasta tres veces los exámenes de acceso a la Universidad, debido, según dicen, a su falta de manejo con el inglés y a su negativa por motivos religiosos de realizar las disecciones de rigor para las prácticas de fisiología. Se colocó de contable, con un sueldo de 20 libras al año, pero, obsesionado con los números, sobre todo los primos y los irracionales como π, pasaba la vida rellenando cientos de cuadernos con fórmulas matemáticas que le dictaba la diosa Namagiri en sueños, con notación propia y casi indescifrable para un matemático formal. Hasta que un buen día, hace 100 años, se le ocurrió embutir buena parte de sus pasatiempos en un sobre y mandarlos a la sede del Imperio. Varios matemáticos recibieron semejante despropósito y lo ignoraron, pero un señor de Cambridge, GH Hardy, que no en vano había declarado una guerra abierta a Dios, se dio cuenta de que aquella no era la obra de un loco, sino de un genio. Movió los hilos necesarios, y allá por el año 14, el bueno de Ramanujan dejaba atrás familia, esposa y curry, y desembarcaba en Albión, más concretamente en el Trinity College. No me interesa aquí desglosar sus logros matemáticos (unos 4000 ecuaciones y fórmulas, algunas que ya se habían descubierto pero que él no conocía, como la función z de Riemann; muchas otras originales), sobre todo porque son insondables para mi corto entendimiento: dejémoslo en que este indio pobre y sin formación fue el primero de su nacionalidad (futura, claro) en ser aceptado como miembro de la Royal Society. Me interesa sobre todo, aparte de por el valor fantástico de su biografía, y la pena de no poder estudiar qué ocurría en su cerebro cuando soñaba, dejar constancia de que una estancia por aquellas tierras supuso para alguien un calvario mucho mayor que para la que suscribe. Desde el principio, Ramanujan, que era un vegetariano estricto, encontraba incomibles los manjares que se le ofrecían (vamos, me imagino la dieta: patatas y guisantes hervidos. Faltaba mucho para la inauguración del Gandhi de Regent St, al que tantas veces pedimos take away). Sus pies nunca se acostumbraron a los zapatos ingleses, como jamás lo hizo su cuerpo al frío insoportable. Desarrolló tuberculosis e infecciones intestinales, y tras 2 años en Cambridge, pasó uno entero ingresado en un hospital a las afueras de Londres. Se cuenta que un día Hardy fue a visitarlo, y por animarlo le comentó que el número del taxi que le había llevado, 1729, no tenía nada de especial. Ramanujan le contradijo enseguida, haciéndole notar que aquel era el número más pequeño que podía ser expresado como la suma de dos cubos. Al poco tiempo, regresó a Madrás para morir, a los 32 años de edad. 
Quien sabe si le valió la pena aquella aventura que le costó la vida y al mismo tiempo le dio la inmortalidad enciclopédica. Quien sabe si no hubiese preferido haber llegado a viejo mientras Namagiri le seguía dictando fórmulas en sueños. Al que sí le valió la pena fue a Hardy, quien al envejecer se consolaba recordando el único episodio romántico de su vida, siempre contando como su mayor logro el haber podido trabajar con Ramanujan (y con Littlewood, pero esa es otra historia) casi de igual a igual.

Y sin más se despide quien escribe hasta la siguiente entrega de Pequeñas historias, que llegará puntualmente en la jornada de reflexión y desvelará un interesante punto en común entre un compositor ruso y un matemático inglés...
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*Fuente: Cambridge Scientific Minds, Harman & Mitton Ed. Cambridge University Press. O sea, uno de los libros que vinieron en una caja de botas y que aún no había tenido moral de leer...