Aquel
aroma era verde y húmedo. Irresistible. Le recordaba mucho a su infancia,
aquella época resbaladiza, perezosa pero demasiado corta, saturada de olores
pringosos, acetato de isoamilo, butirato de pentilo, comer, comer, comer y
arrastrarse. Después vino el retiro espiritual de su adolescencia, qué
contradicción, esa etapa que para otros supone el frenesí de la vida, y ella
allí escondida a oscuras, envuelta en su edredón translúcido, sin querer saber
nada del mundo, como si se estuviese digiriendo por dentro, cambiando tanto,
tanto, que cuando llegó la mañana de su transición a la adultez y sacó la
cabeza de su envoltura, el mundo la cegó con su belleza. Nunca lo había visto
así. En realidad, nunca había tenido la oportunidad de mirarlo: se había
limitado a hacer caso a su olfato, a su apetito. Ahora había que desplegar las
alas, mover los pies para desentumecerlos, y salir a explorar...aunque seguía
siendo esclava de su olfato.
Se
sentó a esperar sobre la fuente de aquel aroma. Desplegó todos sus encantos olorosos
sobre el suelo: laurato, miristato, palmitato de metilo; aromas
aceitosos, melosos, irisados. Pronto se acercó él. Empezó a dar vueltas a su
alrededor, bailando hipnóticamente. Ella se resistía, se escapaba, corriendo de
un lado para otro, hasta que olió el acetato de cis-vaccénico y cayó
rendida e inmóvil. Copularon.
No hizo falta que ella le dijese que su aroma la había enamorado para al menos un
tercio de su vida, de la que ya había consumido otro tanto. Había que darse
prisa, aquel lugar impregnado de acetato de isoamilo parecía ideal también para
su descendencia. Ella se aprestó a parir, mientras él emprendía el vuelo.
Yo
ni la vi, tan pequeña como era, camuflada e inmóvil sobre el círculo marrón en
la piel verde de aquella pera de agua. Con un cuchillo separé el trozo
demasiado maduro. Ella seguía allí cuando tiré aquel trozo a la basura.
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Este relato corresponde al tema de diciembre #RelatosOlores de la iniciativa @divagacionistas