Nací en 1980. Nunca pensé en que por ser mujer tuviera que
ser distinto para mí que para un hombre, que tuviera menos oportunidades, o no
pudiese hacer lo que me proponía, por mucho que mis padres se empeñaran en
recordarme día sí y día también que una niña no hace eso, que es eso es de
niños, que una niña no hace aquello, que no es de señoritas.
Cuando yo nací, ya había muchas mujeres en la Universidad. En aquella época, empezaba a doctorarse una de las que ahora es compañera de trabajo, y hace quince años una de las mejores profesoras que tuve en la carrera. El otro día me contó una historia preciosa. Ella era la única mujer haciendo la tesis, todos sus compañeros eran hombres. Un día, cuando llegó el ansiado microscopio con cámara, uno de sus compañeros le espetó: “X, ¿qué te parece si, ya que tú sabes mecanografiar, me pasas a máquina los listados de estudiantes, y a cambio me dejas a mí hacer las fotos con el microscopio? Te daré las que necesites, claro.” Ella declinó amablemente tan amable propuesta.
Cuando yo nací, ya había muchas mujeres en la Universidad. En aquella época, empezaba a doctorarse una de las que ahora es compañera de trabajo, y hace quince años una de las mejores profesoras que tuve en la carrera. El otro día me contó una historia preciosa. Ella era la única mujer haciendo la tesis, todos sus compañeros eran hombres. Un día, cuando llegó el ansiado microscopio con cámara, uno de sus compañeros le espetó: “X, ¿qué te parece si, ya que tú sabes mecanografiar, me pasas a máquina los listados de estudiantes, y a cambio me dejas a mí hacer las fotos con el microscopio? Te daré las que necesites, claro.” Ella declinó amablemente tan amable propuesta.
Supongo que las cosas ya no son así.
Cuando entré en la Universidad, en 1998, era ya normal que las mujeres estudiaran. Incluso las mujeres de familias trabajadoras, como la mía, en la que ni mi madre, ni por supuesto mi abuela, pudieron estudiar, ni siquiera la primaria. Yo llevo en ciencia más de trece de mis casi 37 años, y he sido pocas veces consciente de un trato machista hacia mi persona. Como mucho, algún personaje de cuyo nombre no quiero acordarme dijo alguna vez “Mmmm, huele a becaria” cuando mi compañera y yo entrábamos por la puerta; un reputado doctor se dirigió a una compañera preguntándole, en mis narices de señora de 32 “¿Quién es esta niña?”; alguna vez algún señor se ha dirigido a mí en una charla comentando “Oh, you’re young and beautiful”. Nada grave. Nada que me haya hecho plantearme, ni por un momento, que por ser mujer no tenía derecho a estar ahí.
He trabajado con muchas mujeres de mi edad, más jóvenes y algo más mayores. Ninguna de ellas, que yo sepa, tuvo problemas para estudiar ciencias. Claro que en mi campo somos mayoría: en Biología, alrededor de un 60% de los estudiantes son mujeres; en Medicina, sobre un 80%. Es normal, ya saben que a las mujeres lo que nos gusta son las carreras orientadas a las personas y los animalitos.
Cuando entré en la Universidad, en 1998, era ya normal que las mujeres estudiaran. Incluso las mujeres de familias trabajadoras, como la mía, en la que ni mi madre, ni por supuesto mi abuela, pudieron estudiar, ni siquiera la primaria. Yo llevo en ciencia más de trece de mis casi 37 años, y he sido pocas veces consciente de un trato machista hacia mi persona. Como mucho, algún personaje de cuyo nombre no quiero acordarme dijo alguna vez “Mmmm, huele a becaria” cuando mi compañera y yo entrábamos por la puerta; un reputado doctor se dirigió a una compañera preguntándole, en mis narices de señora de 32 “¿Quién es esta niña?”; alguna vez algún señor se ha dirigido a mí en una charla comentando “Oh, you’re young and beautiful”. Nada grave. Nada que me haya hecho plantearme, ni por un momento, que por ser mujer no tenía derecho a estar ahí.
He trabajado con muchas mujeres de mi edad, más jóvenes y algo más mayores. Ninguna de ellas, que yo sepa, tuvo problemas para estudiar ciencias. Claro que en mi campo somos mayoría: en Biología, alrededor de un 60% de los estudiantes son mujeres; en Medicina, sobre un 80%. Es normal, ya saben que a las mujeres lo que nos gusta son las carreras orientadas a las personas y los animalitos.
Y sin embargo, muchas de ellas no querían ser jefas. Algunas
no se veían con capacidad. Otras no estaban dispuestas a sacrificar su vida
personal (familiar) por un puesto de responsabilidad. Otras, simplemente decían
no y preferían no hablar de ello.