sábado, 31 de diciembre de 2011

2011: Epílogo

Es tiempo de echar la vista atrás. O hacia delante, como los aymaras*. Y nada mejor para esto que releer esta compilación de pataletas que es el blog y más allá**. Por eso este año no hay epílogo: sólo comentaré que, repasando mis aventuras pasadas, me he dado cuenta de que, pudiendo pedirle mucho más a la vida, de momento tampoco se me ha dado tan mal. Es más, dejando de lado mi ombligo y mirando los de alrededor, me toca sentirme afortunada por poder acompañar y ser acompañada por el puñado de personas maravillosas que me han tocado en suerte. Me permito robar las reflexiones de una de ellas, porque creo que yo no lo podría explicar mejor. Especialmente, este año que acaba me hace feliz (quien me lo iba a decir hace unos años) comprobar que estamos en la época (qué le vamos a hacer, es la treintena) de siembra de nuevos ombligos.
Cierro con un soneto que escribí hace por lo menos quince años, cuando me entretenía en plagiar a Lorca con muy poca fortuna, pero que constituye una de las pocas reflexiones optimistas que haya podido llevar a cabo durante mi adolescencia. Optimismo necesario frente a los presagios de catástrofe con que nos bombardean diariamente.     

Ya no quiero más voces desangradas
ni más vientos helados en los huesos;
no quiero un solo muerto sin descanso
ni quiero un tren amargo de vacío.
No quiero ver el ojo de miseria
ni los cuchillos de filo oxidado;
no quiero ver más carne amoratada
ni saber cuánta tierra está podrida.
Aquí quiero voces de cristal trémulo,
de brisas azules y ojos cerrados,
yo quiero carne mineral y tierra
ebria de oxígeno y amor de agua;
quiero desnudar cortinas y palabras
para cantar como un pájaro de nieve.


Ojalá no nos quiten el derecho a cantar...

------------------------------------------------------------

**A saber: un poemario que redacté entre los 15 y los 19 (se ve que con la conclusión de la segunda década murió mi vena poética), unos cuantos relatos de la misma época, los típicos pensamientos poco útiles...todos enterrados en el fondo de un cajón, redactados pacientemente en un ordenador antediluviano que aún no conocía el Word e impresos en una impresora de agujas. 

martes, 20 de diciembre de 2011

Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus

A veces digo que no tengo nada, si acaso algo de ropa y una bicicleta. Nunca he sido una persona apegada a lo material. Y sin embargo, ahora que toca una nueva mudanza (aunque todavía no sepamos muy bien el destino), me doy cuenta de que además tengo cinco cajas de libros que he ido acumulando en nuestro piso de estudiantes durante los ocho últimos años. Imagino mi casa del futuro, cuando me deje de vaivenes, cumpliendo dos requisitos indispensables: que sea luminosa, y que tenga una habitación forrada de libros. La biblioteca, si hacemos caso a Eco, y antes a Borges, y mucho antes a la cábala, es el universo. Quizá por eso sacar mis libros de su estantería, apilarlos en cajas de cartón y no saber cuándo ni dónde podré volver a colocarlos me apena profundamente; a mí, que siempre pensé que podía ser una nómada sine die y sin ataduras terrenales; a mí, que comencé la tarea de sacar los libros con el propósito de, quizá, donar algunos a la biblioteca municipal, regalar algún otro, dejar en la casa los menos valiosos. A fin y al cabo, casi todos son de bolsillo: nunca compro tapa dura si puedo evitarlo, en parte por comodidad, sobre todo por racanería. Llegué incluso a pensar, en mi insoportable pragmantismo, en cuánto espacio y esfuerzo me ahorraría de tener uno de esos horribles ibuks. No contaba con que mis libros no son solo hojas impresas, como aquel diario que servía para envolver acelgas. Mis libros guardan la sombra de mis días, en forma de billetes de tren, flores secas, marcas de lectura; mis libros cuentan mi historia. El andamio de mi infancia de Bécquer y Espronceda, mi adolescencia de Dostoyevsky, Lorca, Neruda, mi juventud de Orwell y Cortázar. Y todos los otros que se han apoyado en estos: Miguel Hernández, Gorky, Zola, Borges, Steinbeck*...Mi manía de comprar libros de segunda mano allá donde voy: las versiones italianas de Eco, Buzzati, Moravia, que tanto disfruto leyendo; las inglesas de Doris Lessing, Scott Fitzgerald, Kerouac, que siempre llevo a mitad porque el inglés es un idioma feo por demasiado asociado al trabajo.   
Hasta estos días, haya estado en Roma, Cambridge, o Barcelona, siempre volvía al roñoso piso de alquiler en el área metropolitana de Valencia donde me esperaban mi other half y mi montón de hojas impresas. Ahora, después de tres años en el exilio, otra época de tantas que vivimos superpuestas, parece llegar a su fin. Sin que se atisbe de lejos la posibilidad de la casa iluminada con la habitación de los libros. Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.
---------------------------------------------------------------------------
*Acabo de darme cuenta, poniendo a todos estos autores juntos, de lo peligrosa que hubiese resultado mi colección hace un puñado de décadas (de hecho, como siempre sugería mi other half cuando iba a comprar un libro con tarjeta, la TIA me debería estar siguiendo el rastro por acumulación de panfletos), e inocentemente me doy cuenta, a estas alturas, de donde vienen mis ideas políticas, si es que tengo algo similar.