lunes, 3 de septiembre de 2012

Dijo Darwin que la especie que sobrevive no es la más inteligente, sino la que mejor se adapta a los cambios...

Gensanta, que diría el gran Forges, la de tiempo que hace que no escribo. Debe ser porque desde que no lo hago me he hecho un año más vieja; he actuado de maestra de ceremonias en una boda (¡Gracias, Laura, eres un sol!) más nerviosa, según palabras de mi other half que me brindaba apoyo moral desde una cercanía prudencial, que el día que leí la tesis (menos mal que la historia ya archiconocida por cualquier lector de este pobre blog abandonado acerca de los dos mil millones de latidos con los que cuenta el mamífero medio antes de morir vale para un roto y para un descosido y parece que encantó a la concurrencia de dicha boda); he empezado a colaborar con la revista de divulgación que dirige desde una prudencial lejanía un famoso anunciante de pan de molde y felicidad emocional (publicando, e incluso cobrando mi primer artículo, el segundo verá la luz en octubre); he ganado un concurso de fotografía científica en el congreso europeo de neurociencia, nada menos (yo, que las saco todas descuadradas), hecho que me ha facilitado la autoría de una reseña en la revista en la que quiero colaborar de mayor y una cámara de fotos que desde que vi su precio cojo con las puntas de los dedos; me he mudado de barrio, abandonando a la Colorines* y saludando a la Sagrada Familia cada mañana; he sonreído de emoción con el nacimiento de uno y dos bebés de dos muy queridas amigas (qué felicidad, MªCarmen y Lucía!)...y no sé si me dejo algo... Ahora mismo llevo una semana en París, donde mi other half  residirá durante unos meses en pleno centro (si es que en París existe tal cosa; o quizá mejor dicho, en pleno centro de uno de los muchos centros de París) gracias a la vida nómada del investigador precario. Calle arriba calle abajo, voy apuntando frases célebres en una libreta mientras busco la inspiración, acompañada del siempre magnífico Orwell, residente en bancarrota de esta célebre ciudad antes de convertirse en futurólogo. Total, que hoy llueve, y quizá en el futuro ordene mis notas e intente un relato que podría bien llamarse "Como vivir en París evitando en lo posible pagar 5 € por un café".  
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*En el Raval, cada sábado por la noche nos amenizaba la velada el espectáculo de copla más famoso y único de Barcelona: gracias a que sólo nos separaba del insigne bar O'Barquiño una fina pared, parecía que los artistas nos invadían el comedor-cocina-dormitorio. De esta manera, no teníamos necesidad alguna de bajar a disfrutar de ellos in situ, y sin embargo, la única vez que lo hicimos, a petición de una compañera de trabajo laboratorio fan de lo cañí, fuimos protagonistas de un documental. Ver para creer, a mi pobre half se le adivina en el minuto 8:35....  

jueves, 26 de abril de 2012

Apocalíptico (II)

Anteayer, mientras subía pedaleando por la Rambla, me preguntaba con fastidio, ay alma de cántaro, como es que había una invasión de hooligans. El periódico del desayuno y algunos comentarios del feisbu me dieron la respuesta: se había jugado un partido de champions y el equipo del barrio caro de la capital londinense (quien lo diría viendo a sus fans) había eliminado al Barça. Bueno. Hoy me entero por el mismo sistema que el equipo de la capital bávara ha eliminado al Madriz. Estupendo. Titulan los periódicos en portada: No habrá final española. Lo que nos faltaba. Ahora ya no hay excusa para que nos enteremos todos que Aspaña está en claro declive. Qué importan la Sanidad y la Educación, si ni siquiera nos queda el consuelo de ser los numerosuanes en Deporte. Ahora sí podemos volver a nuestro sitio viendo que los alemanes y los ingleses vuelven a dominar el mundo. Que ya lo hicieran en otros campos menos interesantes al público no tenía tanta relevancia...

lunes, 16 de abril de 2012

Shooting an elephant

Hay que ver, se desconecta una unos días y la de cosas que pasan. Fundamentalmente, que nuestra familia real* empieza a mostrar abiertamente los problemas derivados de la hendogamia** (la sabiduría popular nos dice que si los primos se casan les salen hijos lelos, los biólogos sustentamos esto sobre la base de la variabilidad genética y la compensación de alelos deletéreos. La conclusión es la misma). Parece que los borbones les gustan más las pistolas que a los tontos (valga la redundancia) los lápices y pasa lo que pasa. Y fíjate que el patriarca campechano ya podía haber aprendido que con las armas de fuego no se debe jugar cuando le voló la tapa de los sesos a su hermanito pequeño. Pero es lo que tiene la hendogamia, la plasticidad sináptica que promueve el aprendizaje puede verse afectada. Pero no todo va a ser malo. Es de agradecer que en los tiempos que corren estos simpáticos representantes del estado en el que vivimos nos den la oportunidad de echarnos unas risas a su costa: tienes más peligro que un borbón con dos pistolas, la prima de riesgo y Froilán se disparan mientras la bolsa y Juan Carlos caen, la culpa la tiene Marichalar, que les dijo a Juan Carlos y Froilán, ¿nos hacemos unos tiritos?...(no sigamos que ahora sí viene a por mí Fernández Díaz).
También les agradeceré que me proporcionen una excusa para traducir y resumir un magnífico relato que nos explica la naturaleza imperialista mediante el retrato de un pobre hombre obligado a matar un elefante.


En Moulmein, en Brimania, fui odiado por una gran cantidad de gente -la única vez en mi vida que fui tan importante para que esto me sucediera. Era sub-oficial de la policía en el pueblo, y el sentimiento anti-Europeo era muy amargo, si bien nadie tenía los huevos para rebelarse. (...) Para entonces yo ya me había dado cuenta de que el imperialismo era perverso (...) Odiaba tan profundamente mi trabajo que no sería capaz de expresarlo (...) viendo todo el trabajo sucio que realiza el Imperio desde dentro.(...) Pero yo era joven, carecía de educación y tenía que pensar en mis problemas en el silencio que se impone a cada inglés en el este. Ni siquiera sabía que el Imperio Británico estaba muriendo, menos aún que era mejor que los imperios que lo van a sustituir. (...)
Un día algo sucedió que me iluminó. Fue un incidente minúsculo, pero me proporcionó una idea más exacta acerca de la naturaleza real del imperialismo -los motivos reales por los que actúan los gobiernos despóticos. Temprano, aquella mañana el sub-inspector de la comisaría del otro lado de la ciudad me telefoneó y me dijo que había un elefante merodeando por el bazar. Podría por favor acercarme y solucionar el problema? (...) Cogí mi rifle, un viejo Winchester de 44, demasiado pequeño para matar un elefante, pero, pensé, suficientemente ruidoso como para asustarlo. Varios birmanos me pararon y me dijeron que no se trataba de un elefante salvaje, sino de uno domesticado que (...) había roto su cadena y había escapado.(...)
Entré en el callejón y encontré un cadáver aplastado en el fango. Era un indio, casi desnudo, y no podía llevar muerto más de unos pocos minutos. (...) Tan pronto vi el muerto, mandé un emisario a casa de un amigo para pedirle prestado un rifle adecuado para elefantes. El mensajero volvió pronto con un rifle y cinco cartuchos.(...) Prácticamente la totalidad de la población salió disparada de sus casas y me siguió. (...) Querían la carne. Aquello me incomodó vagamente. No había tenido intención de disparar al elefante.
(...) El elefante se encontraba a ocho metros de la calzada, dándonos su costado izquierdo. No hizo ni caso de la muchedumbre que se acercaba. Estaba arrancando manojos de hierba, los limpiaba sacudiéndolos contra sus rodillas, y los engullía.
Me paré. Tan pronto vi al elefante supe con completa certeza que no debía dispararle. (...) Decidí que lo observaría un poco más para asegurarme que no se volvía salvaje de nuevo y me iría a casa.
Pero en aquel momento miré alrededor, hacia la muchedumbre que me había seguido. Era inmensa, al menos dos mil personas, y seguían llegando. (...) Yo no les gustaba, pero con el rifle mágico en mis manos, valía la pena observarme.Y de repente me di cuenta de que debería disparar al elefante después de todo. La gente lo esperaba de mi; podía sentir dos mil voluntades presionándome, irresistiblemente. Y fue en ese momento, con el rifle en mis manos, cuando me di cuenta de la vacuidad, la futilidad del dominio del hombre blanco. Aquí  estaba yo, el hombre blanco con su fusil, en frente de una muchedumbre de nativos sin armas – como el actor principal de una obra de teatro; pero en realidad no más que una marioneta absurda movida por la voluntad de las dos mil caras amarillas detrás de mí. Percibí en ese momento que cuando el hombre blanco de convierte en un tirano, destruye su propia libertad. Se convierte en una especie de muñeco pretencioso y vacío. (...) Lleva una máscara, y su cara se adapta a ella. Tenía que disparar al elefante.(...) 
Observé al elefante sacudiendo los manojos de hierba, con ese aire preocupado de abuela que tienen los elefantes. Me pareció que sería un asesinato. 
Cargué el rifle y me tumbé en la calzada para apuntar mejor. La multitud estaba muy quieta y un suspiro profundo, bajo y feliz como el de la audiencia que ve como la cortina del teatro se levanta salió de las innumerables gargantas. Iban a tener su espectáculo al fin y al cabo. No sabía que cuando se dispara a un elefante debes trazar una línea imaginaria entre los oídos. Debería, porque dada la posición del elefante, podía haber apuntado directamente a su oído izquierdo, pero lo hice algunos centímetros más hacia delante, pensando que el cerebro estaría allí.
Cuando apreté el gatillo, no oí el bang ni sentí el retroceso – eso nunca ocurre cuando das en el blanco – peró oí el rugido endemoniado de la muchedumbre. En ese instante, en demasiado poco tiempo, incluso para que la bala hubiese llegado a su destino, un cambio terrible, misterioso, estaba ocurriendo al elefante. No se volvió, ni cayó, pero cada línea de su cuerpo se había alterado. Parecía desolado, encogido, inmensamente viejo, como si el aterrador impacto de la bala le hubiese paralizado sin acabar con él. Al final, después de lo que pareció mucho tiempo – me atrevería a decir que pudieron ser cinco segundos – se tambaleó débilmente sobre sus rodillas. Empezó a babear. Una enorme senilidad se había instalado en él. Se podría decir que tenía miles de años. Le disparé en el mismo lugar. No cayó, sino que se mantuvo erguido con desesperación, con las patas temblando y la cabeza colgante. Le disparé por tercera vez. Aquello fue definitivo. Podías ver la agonía en su cuerpo, acabando con la última fuerza de sus patas. Pero al caer, sus patas traseras se colapsaron y pareció levantarse por un momento, con su tronco apuntando al cielo como un árbol. Barritó, por primera y última vez. Y entonces cayó, su vientre hacia mí, con un estruendo que pareció hacer temblar la tierra.
Me levanté. Los birmanos ya corrían delante de mí. Era obvio que el elefante no se levantaría más, pero no estaba muerto. Respiraba rítmicamente, a bocanadas largas y ruidosas, sus costillas levantándose y cayendo dolorosamente. Tenía la boca muy abierta. Esperé durante mucho tiempo que muriera, pero su respiración no se debilitaba. Finalmente, le disparé en el lugar donde creía que su corazón debía estar. La espesa sangre se vertió como terciopelo rojo, pero todavía no murió. Su cuerpo no se movía un ápice cuando los disparos le alcanzaban, la respiración torturada continuaba sin pausa. Se moría, muy lentamente y con gran agonía, pero en algún mundo remoto donde ninguna bala podía herirlo más. Sentí que tenía que acabar con aquel sonido terrorífico. Era horrible ver a la gran bestia yaciendo allí, sin poder moverse y sin poder morir y no ser siquiera capaz de acabar con él. Mandé a por mi pequeño rifle y le disparé al corazón y a la garganta. Pareció no servir de nada. Las bocanadas torturadas continuaban con la exactitud de un reloj.
Al final no pude soportarlo más y me fui. Oí después que le costó media hora más morir. Los birmanos fueron trayendo cajas desde antes que yo me fuese, y me dijeron que los descuartizaron hasta los huesos durante la tarde. Después, por supuesto, hubo interminables tertulias acerca del tiroteo del elefante. El dueño estaba furioso, pero sólo era un indio y no pudo hacer nada. Además, legalmente, hice lo correcto, porque un elefante loco debe ser sacrificado, igual que un perro loco, si su dueño no puede controlarlo. Entre los europeos la opinión se encontraba dividida. Los viejos dijeron que hice bien, los jóvenes que era una maldita vergüenza disparar a un elefante por matar a un coolie, porque un elefante vale más que cualquier maldito coolie. Y después me alivió que hubiese muerto aquel coolie, me dio el pretexto legal para matar al elefante. Muy a menudo me pregunto si alguien imaginó que lo hice sólo para evitar parecer un bobo.
Shooting an elephant, George Orwell
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* AKA Unos señores que vinieron de Francia cuando los que estaban aquí, que habían venido de Alemania, se quedaron sin descendencia por culpa del labio caído de su último vástago.
**Pareze ke aora la RAE ha canviado las normas ortograficas, por ke te puedes encontrar palabras como esta escrita asin en un diario presuntamente serio como El Pais, o kiza la RAE no tenga nada ke ber y estas nobedades ortograficas se devan a los recortes en heducación...

jueves, 12 de abril de 2012

Delito de resistencia pacífica

Tengo abandonado el blog. Pero escribo, escribo y escribo sin parar. Solo que no aquí, sino aquí o aquí. De repente voy con la bicicleta y me revienta una frase en la cabeza, y ahí está dando vueltas, esperando a que la encaje en un relato.
Y mientras tanto, el mundo como lo conocemos, o como nos han hecho creer que era, se desmonta. La máscara del estado de bienestar se pudre, se cae a trozos y vemos su verdadera cara. Hoy nos dicen que la resistencia pacífica constituirá un delito, que hay que robustecer la autoridad legítima de quien legítimamente tiene la exclusividad del uso de la fuerza (porque esta gentuza no sabe hablar sin caer en redundancias y demagogias). Es más, habrá que tener en cuenta que la gente igual va y vive más de lo previsto, y esto es insostenible. Los de arriba quieren sangre, y lo peor es que no sabemos muy bien quienes son. O están acojonados, porque si el chiringuito se desmonta, no van a quedar yates y putas para todos. Pero lo que más me cabrea no es que salgan los que, aparentemente, tienen el poder, o son títeres del poder (¿y qué poder será ese?) a reclamar ajustes porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades (¿quienes?). Lo que me cabrea es que ya no nos acordamos de que hace un mes escaso a los críos de 15 años los arrastraban de los pelos por Valencia, o peor, justificamos esas cargas porque algo estarían haciendo. Lo que me subleva es que el desgraciado al que su jefe le echaría a la calle si hiciese huelga no le entran ganas de mandar a su jefe a tomar por culo, sino que la emprende con los sindicatos y se enorgullece de clamar a los cuatro vientos que tiene derecho a trabajar. Lo que me asquea es que la gente les siga el juego a los de arriba y se horrorice cuando dos mindundis queman un puto contenedor, pero no cuando un ertzaina le revienta la cabeza a un chaval que pasaba por allí. Estuviera haciendo lo que estuviera haciendo. Pero claro, es que tienen la potestad del uso de la fuerza. Y si hace falta meternos en la cárcel, se nos mete. Y si hace falta matarnos, se nos mata. A ver qué nos habíamos pensado. Lo que no soporto es que la gente parezca necesitar mano dura por parte de papá estado. No puedo entender que a una dictadura lo llamen democracia, si no hace falta mentir: la mayoría de la gente aceptaría la realidad sin rechistar con que le dijeras que es por su bien. Lo que me no puedo aguantar, en resumen, es la naturaleza humana. Así que yo me rindo. Cierro el chiringuito de las protestas y de la conciencia social. Yo a mis uñas y que os den por el saco a todos, porque no os merecéis otra cosa. Y quizá yo tampoco. (Espero no estar animando a perpetrar actos vandálicos por internet, porque la pena serán dos años en breve, y en otro momento de mi vida quizá un retiro espiritual no me vendría mal, pero ahora precisamente estoy bastante satisfecha con mi pequeña vida). Buenas noches y buena suerte.

jueves, 8 de marzo de 2012

Ítaca

Feliz día de la mujer trabajadora. Me incluyo. Más aún, porque esta semana está siendo especialmente productiva, pienso mientras valoro si merendar un kiwi o reservarme para una cerveza, así como la posibilidad de meter los cerebros en la nevera y mañana más. 
A raíz de mi exitosa participación en aquel concurso de relatos científicos del prestigioso centro que cuenta con mis servicios, (ver aquí), la directora científica del grupo Punset quedó prendada de mi gracejo escritoril (!) y me han citado como posible colaboradora en la revista Redes...tuve que leer varias veces el mail para convencerme de que era cierto, y sí, ayer estuve en un despacho lleno de fotos del ilustre divulgador. No sólo eso, para mayor emoción, se me comunicó que mi trabajo principal de Cambridge sería publicado en una revista poseedora de un índice de impacto que triplica a todas en las que haya podido publicar mi humilde persona en el pasado. No quepo en mí, como se pueden ustedes imaginar.
Pero vayamos al la efeméride, amigos y amigas (haciendo uso políticamente correcto (ñoño) del lenguaje, que incluye redundancias e ignorancias gramaticales que etiquetan el neutro inclusivo como masculino exclusivo). Sí, hoy es el día de la mujer (trabajadora), esa que es supermujer, tiene un trabajo de éxito, más de un hijo, y no renuncia a pintarse los labios y llevar tacones...todo eso, claro, según a quien se mire. También hay otras mujeres, nuestras madres, nuestras abuelas, incluso nuestras coetáneas, que no entran en esas categorías y a las que también se debería valorar.
El martes tuve la oportunidad de asistir a una intervención en directo de la presidenta del Institut català de les dones. No esperaba nada nuevo, y no lo tuve. Hay que luchar contra la violencia de género: totalmente de acuerdo. Hay que luchar por la igualdad de las mujeres en el entorno laboral: totalmente de acuerdo. Hay que luchar por la paridad en todos los campos y en todas las carreras...pues eso no me parece tan relevante hoy por hoy: reduciéndome a la anécdota de la propia experiencia, no creo que las mujeres de mi generación hayan tenido trabas para estudiar ingeniería si les daba la gana. Y si hay más biólogas que ingenieras, tampoco creo que sea por la falta de de visibilidad de la mujer que genera falta de modelos. Yo, desde luego, cuando elegí mi carrera, no tenía ni idea de quien fue Rita Levi Montalcini, y sí Ramón y Cajal, y aún así seguí ¿un modelo masculino? ¿o quizá debemos de dejar de plantearnos esa cuestión y empezar a mirar modelos de persona? Estos objetivos, dijo la señora política, son nuestra Ítaca. Ays, que patinazo. Tanta corrección política y elige el peor ejemplo; creo que se le olvida momentáneamente quien espera en Ítaca a Odiseo, también conocido como Ulises, personaje eminentemente machote que mata cíclopes y se cepilla a toda vírgen abandonada o nínfula de dudosa moral que se encuentra por el camino: su fiel esposa Penélope, que se pasa el día tejiendo y la noche destejiendo para que ninguno de sus pretendientes la deshonre, porque sabe a ciencia cierta que el rey de la casa y de la isla volverá, así pasen veinte años. Y voy al punto: lo que, creo, nos hace falta no son cuotas, ni me hablar de miembras. Dennos a todas (y a todos) una igualdad real de oportunidades, de derechos y de deberes (de la que creo que estamos cada vez más cerca*), y sobre todo, una educación completa, algo que desafortunadamente en este país parece un bien escaso. Lo demás saldrá solo, poco a poco, si seguimos actuando sin complejos y sin victimismo. 
(Aunque nos amenacen con retrocesos estos nuevos adalides de la libertad. Se les tenía que caer la lengua a algunos cuando dicen según que cosas.)
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*Ojo, me refiero a mi propio contexto (que estoy segura veremos cambiar con el auge del nacionalcatolicismo durante estos años). En el mundo existen multitud de ejemplos de países en las que las mujeres son poco más que ganado, y encima soportan el peso de la familia y de la tradición, pero ya hay gente más experta que yo que nos horroriza, cuando la crisis y la bolsa dejan un huequecito, con estas cuestiones.

martes, 7 de febrero de 2012

Los siervos

Llevo bastantes meses reflexionando sobre los tiempos que corren, desde que nos hicieron creer que sentándonos un rato en una plaza pública el mundo iba a cambiar para a continuación convencernos de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y es necesario apretarse el cinturón. En realidad, el mundo nunca cambia, y si cambia no es más que para convertir a los cerdos en hombres, como ya nos enseñó el alter ego de Eric Arthur Blair. 
A veces intento empaparme de ese optimismo envidiable que rezuman las personas que aún creen que otro mundo es posible, que pequeñas mejoras locales hacen que la vida valga la pena. Incluso hace unos meses doy clases como voluntaria en una escuela de adultos con un gran proyecto humano a un variopinto grupo de personas que intentan sacarse el graduado y de las que aprendo cada día algo, amén de alejarme de mi rutina diaria para ver mi vida desde lejos, como me aconsejó tantas veces el Hombre Feliz. A veces, esta actividad, que se convierte entonces en nada altruista, hace que me sienta bien conmigo misma por devolver a la sociedad algo de lo que me ha dado. 
Pero mi naturaleza pesimista siempre aflora, y no puedo menos que estar convencida de que vivo rodeada de siervos. Que yo misma pertenezco a esa clase triste y deleznable. No se explica si no que a estas alturas no hayamos salido a rebanar pescuezos, sino que o bien nos hayamos quedado en casa, o bien hayamos votado a los de siempre, o bien seamos más tontos que los obreros de derechas, y en todo caso sigamos yendo religiosamente a trabajar, aquellos que gozamos de ese privilegio. No, esos obreros no es que sean tontos, la mayoría de la humanidad no es tonta, no vota o se sienta en la plaza o se queda en su casa por esa razón. La mayoría de la humanidad es conservadora porque está compuesta de siervos, de mediocres que no saben hacer otra cosa que rezar virgencita que me quede como estoy y esperar que de la mesa del de arriba (que antaño, pese a que no se había inventado la sociedad de la información, teníamos identificado (el señor feudal, el aristócrata, el rey), pero que ahora se nos esconde en forma de un ente llamado los mercados al que, evidentemente, se hace difícil ponerle cuello) caiga una miga para sentir que no está tan mal. La mayoría de la humanidad es envidiosa y avara, y quisiera para sí lo que tiene el de arriba, pero es demasiado pusilánime para disputarle los privilegios, y demasiado rastrera para ser generosa con el de abajo, al que, a falta de energías para construir una sociedad justa, teme y odia a la vez por pensar que algún día le pueda quitar esa miga miserable que ha caído de la mesa.
Lamentablemente, ahora sé que incluso intentar evadirse de la realidad viendo Bob Esponja (cosa que tampoco antes había intentado) es de todo punto pernicioso. Y si no lo creéis, mirad aquí. Vale la pena verlo hasta el final.

jueves, 12 de enero de 2012

Mas porque, en fin, hallé que las comedias
estaban en España, en aquel tiempo,
no como sus primeros inventores
pensaron que en el mundo se escribieran,
mas como las trataron muchos bárbaros
que enseñaron el vulgo a sus rudezas;
y así, se introdujeron de tal modo
que, quien con arte agora las escribe,
muere sin fama y galardón, que puede,
entre los que carecen de su lumbre,
más que razón y fuerza, la costumbre.
Verdad es que yo he escrito algunas veces
siguiendo el arte que conocen pocos,
mas luego que salir por otra parte
veo los monstruos, de apariencia llenos,
adonde acude el vulgo y las mujeres
que este triste ejercicio canonizan,
a aquel hábito bárbaro me vuelvo;
y, cuando he de escribir una comedia,
encierro los preceptos con seis llaves;
saco a Terencio y Plauto de mi estudio,
para que no me den voces (que suele
dar gritos la verdad en libros mudos),
y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron,
porque, como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.
del "Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo", Lope de Vega.

Si tras cuatro siglos el vulgo español que define Lope sigue igual, ¿significa que no tenemos remedio?