jueves, 26 de abril de 2012

Apocalíptico (II)

Anteayer, mientras subía pedaleando por la Rambla, me preguntaba con fastidio, ay alma de cántaro, como es que había una invasión de hooligans. El periódico del desayuno y algunos comentarios del feisbu me dieron la respuesta: se había jugado un partido de champions y el equipo del barrio caro de la capital londinense (quien lo diría viendo a sus fans) había eliminado al Barça. Bueno. Hoy me entero por el mismo sistema que el equipo de la capital bávara ha eliminado al Madriz. Estupendo. Titulan los periódicos en portada: No habrá final española. Lo que nos faltaba. Ahora ya no hay excusa para que nos enteremos todos que Aspaña está en claro declive. Qué importan la Sanidad y la Educación, si ni siquiera nos queda el consuelo de ser los numerosuanes en Deporte. Ahora sí podemos volver a nuestro sitio viendo que los alemanes y los ingleses vuelven a dominar el mundo. Que ya lo hicieran en otros campos menos interesantes al público no tenía tanta relevancia...

lunes, 16 de abril de 2012

Shooting an elephant

Hay que ver, se desconecta una unos días y la de cosas que pasan. Fundamentalmente, que nuestra familia real* empieza a mostrar abiertamente los problemas derivados de la hendogamia** (la sabiduría popular nos dice que si los primos se casan les salen hijos lelos, los biólogos sustentamos esto sobre la base de la variabilidad genética y la compensación de alelos deletéreos. La conclusión es la misma). Parece que los borbones les gustan más las pistolas que a los tontos (valga la redundancia) los lápices y pasa lo que pasa. Y fíjate que el patriarca campechano ya podía haber aprendido que con las armas de fuego no se debe jugar cuando le voló la tapa de los sesos a su hermanito pequeño. Pero es lo que tiene la hendogamia, la plasticidad sináptica que promueve el aprendizaje puede verse afectada. Pero no todo va a ser malo. Es de agradecer que en los tiempos que corren estos simpáticos representantes del estado en el que vivimos nos den la oportunidad de echarnos unas risas a su costa: tienes más peligro que un borbón con dos pistolas, la prima de riesgo y Froilán se disparan mientras la bolsa y Juan Carlos caen, la culpa la tiene Marichalar, que les dijo a Juan Carlos y Froilán, ¿nos hacemos unos tiritos?...(no sigamos que ahora sí viene a por mí Fernández Díaz).
También les agradeceré que me proporcionen una excusa para traducir y resumir un magnífico relato que nos explica la naturaleza imperialista mediante el retrato de un pobre hombre obligado a matar un elefante.


En Moulmein, en Brimania, fui odiado por una gran cantidad de gente -la única vez en mi vida que fui tan importante para que esto me sucediera. Era sub-oficial de la policía en el pueblo, y el sentimiento anti-Europeo era muy amargo, si bien nadie tenía los huevos para rebelarse. (...) Para entonces yo ya me había dado cuenta de que el imperialismo era perverso (...) Odiaba tan profundamente mi trabajo que no sería capaz de expresarlo (...) viendo todo el trabajo sucio que realiza el Imperio desde dentro.(...) Pero yo era joven, carecía de educación y tenía que pensar en mis problemas en el silencio que se impone a cada inglés en el este. Ni siquiera sabía que el Imperio Británico estaba muriendo, menos aún que era mejor que los imperios que lo van a sustituir. (...)
Un día algo sucedió que me iluminó. Fue un incidente minúsculo, pero me proporcionó una idea más exacta acerca de la naturaleza real del imperialismo -los motivos reales por los que actúan los gobiernos despóticos. Temprano, aquella mañana el sub-inspector de la comisaría del otro lado de la ciudad me telefoneó y me dijo que había un elefante merodeando por el bazar. Podría por favor acercarme y solucionar el problema? (...) Cogí mi rifle, un viejo Winchester de 44, demasiado pequeño para matar un elefante, pero, pensé, suficientemente ruidoso como para asustarlo. Varios birmanos me pararon y me dijeron que no se trataba de un elefante salvaje, sino de uno domesticado que (...) había roto su cadena y había escapado.(...)
Entré en el callejón y encontré un cadáver aplastado en el fango. Era un indio, casi desnudo, y no podía llevar muerto más de unos pocos minutos. (...) Tan pronto vi el muerto, mandé un emisario a casa de un amigo para pedirle prestado un rifle adecuado para elefantes. El mensajero volvió pronto con un rifle y cinco cartuchos.(...) Prácticamente la totalidad de la población salió disparada de sus casas y me siguió. (...) Querían la carne. Aquello me incomodó vagamente. No había tenido intención de disparar al elefante.
(...) El elefante se encontraba a ocho metros de la calzada, dándonos su costado izquierdo. No hizo ni caso de la muchedumbre que se acercaba. Estaba arrancando manojos de hierba, los limpiaba sacudiéndolos contra sus rodillas, y los engullía.
Me paré. Tan pronto vi al elefante supe con completa certeza que no debía dispararle. (...) Decidí que lo observaría un poco más para asegurarme que no se volvía salvaje de nuevo y me iría a casa.
Pero en aquel momento miré alrededor, hacia la muchedumbre que me había seguido. Era inmensa, al menos dos mil personas, y seguían llegando. (...) Yo no les gustaba, pero con el rifle mágico en mis manos, valía la pena observarme.Y de repente me di cuenta de que debería disparar al elefante después de todo. La gente lo esperaba de mi; podía sentir dos mil voluntades presionándome, irresistiblemente. Y fue en ese momento, con el rifle en mis manos, cuando me di cuenta de la vacuidad, la futilidad del dominio del hombre blanco. Aquí  estaba yo, el hombre blanco con su fusil, en frente de una muchedumbre de nativos sin armas – como el actor principal de una obra de teatro; pero en realidad no más que una marioneta absurda movida por la voluntad de las dos mil caras amarillas detrás de mí. Percibí en ese momento que cuando el hombre blanco de convierte en un tirano, destruye su propia libertad. Se convierte en una especie de muñeco pretencioso y vacío. (...) Lleva una máscara, y su cara se adapta a ella. Tenía que disparar al elefante.(...) 
Observé al elefante sacudiendo los manojos de hierba, con ese aire preocupado de abuela que tienen los elefantes. Me pareció que sería un asesinato. 
Cargué el rifle y me tumbé en la calzada para apuntar mejor. La multitud estaba muy quieta y un suspiro profundo, bajo y feliz como el de la audiencia que ve como la cortina del teatro se levanta salió de las innumerables gargantas. Iban a tener su espectáculo al fin y al cabo. No sabía que cuando se dispara a un elefante debes trazar una línea imaginaria entre los oídos. Debería, porque dada la posición del elefante, podía haber apuntado directamente a su oído izquierdo, pero lo hice algunos centímetros más hacia delante, pensando que el cerebro estaría allí.
Cuando apreté el gatillo, no oí el bang ni sentí el retroceso – eso nunca ocurre cuando das en el blanco – peró oí el rugido endemoniado de la muchedumbre. En ese instante, en demasiado poco tiempo, incluso para que la bala hubiese llegado a su destino, un cambio terrible, misterioso, estaba ocurriendo al elefante. No se volvió, ni cayó, pero cada línea de su cuerpo se había alterado. Parecía desolado, encogido, inmensamente viejo, como si el aterrador impacto de la bala le hubiese paralizado sin acabar con él. Al final, después de lo que pareció mucho tiempo – me atrevería a decir que pudieron ser cinco segundos – se tambaleó débilmente sobre sus rodillas. Empezó a babear. Una enorme senilidad se había instalado en él. Se podría decir que tenía miles de años. Le disparé en el mismo lugar. No cayó, sino que se mantuvo erguido con desesperación, con las patas temblando y la cabeza colgante. Le disparé por tercera vez. Aquello fue definitivo. Podías ver la agonía en su cuerpo, acabando con la última fuerza de sus patas. Pero al caer, sus patas traseras se colapsaron y pareció levantarse por un momento, con su tronco apuntando al cielo como un árbol. Barritó, por primera y última vez. Y entonces cayó, su vientre hacia mí, con un estruendo que pareció hacer temblar la tierra.
Me levanté. Los birmanos ya corrían delante de mí. Era obvio que el elefante no se levantaría más, pero no estaba muerto. Respiraba rítmicamente, a bocanadas largas y ruidosas, sus costillas levantándose y cayendo dolorosamente. Tenía la boca muy abierta. Esperé durante mucho tiempo que muriera, pero su respiración no se debilitaba. Finalmente, le disparé en el lugar donde creía que su corazón debía estar. La espesa sangre se vertió como terciopelo rojo, pero todavía no murió. Su cuerpo no se movía un ápice cuando los disparos le alcanzaban, la respiración torturada continuaba sin pausa. Se moría, muy lentamente y con gran agonía, pero en algún mundo remoto donde ninguna bala podía herirlo más. Sentí que tenía que acabar con aquel sonido terrorífico. Era horrible ver a la gran bestia yaciendo allí, sin poder moverse y sin poder morir y no ser siquiera capaz de acabar con él. Mandé a por mi pequeño rifle y le disparé al corazón y a la garganta. Pareció no servir de nada. Las bocanadas torturadas continuaban con la exactitud de un reloj.
Al final no pude soportarlo más y me fui. Oí después que le costó media hora más morir. Los birmanos fueron trayendo cajas desde antes que yo me fuese, y me dijeron que los descuartizaron hasta los huesos durante la tarde. Después, por supuesto, hubo interminables tertulias acerca del tiroteo del elefante. El dueño estaba furioso, pero sólo era un indio y no pudo hacer nada. Además, legalmente, hice lo correcto, porque un elefante loco debe ser sacrificado, igual que un perro loco, si su dueño no puede controlarlo. Entre los europeos la opinión se encontraba dividida. Los viejos dijeron que hice bien, los jóvenes que era una maldita vergüenza disparar a un elefante por matar a un coolie, porque un elefante vale más que cualquier maldito coolie. Y después me alivió que hubiese muerto aquel coolie, me dio el pretexto legal para matar al elefante. Muy a menudo me pregunto si alguien imaginó que lo hice sólo para evitar parecer un bobo.
Shooting an elephant, George Orwell
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* AKA Unos señores que vinieron de Francia cuando los que estaban aquí, que habían venido de Alemania, se quedaron sin descendencia por culpa del labio caído de su último vástago.
**Pareze ke aora la RAE ha canviado las normas ortograficas, por ke te puedes encontrar palabras como esta escrita asin en un diario presuntamente serio como El Pais, o kiza la RAE no tenga nada ke ber y estas nobedades ortograficas se devan a los recortes en heducación...

jueves, 12 de abril de 2012

Delito de resistencia pacífica

Tengo abandonado el blog. Pero escribo, escribo y escribo sin parar. Solo que no aquí, sino aquí o aquí. De repente voy con la bicicleta y me revienta una frase en la cabeza, y ahí está dando vueltas, esperando a que la encaje en un relato.
Y mientras tanto, el mundo como lo conocemos, o como nos han hecho creer que era, se desmonta. La máscara del estado de bienestar se pudre, se cae a trozos y vemos su verdadera cara. Hoy nos dicen que la resistencia pacífica constituirá un delito, que hay que robustecer la autoridad legítima de quien legítimamente tiene la exclusividad del uso de la fuerza (porque esta gentuza no sabe hablar sin caer en redundancias y demagogias). Es más, habrá que tener en cuenta que la gente igual va y vive más de lo previsto, y esto es insostenible. Los de arriba quieren sangre, y lo peor es que no sabemos muy bien quienes son. O están acojonados, porque si el chiringuito se desmonta, no van a quedar yates y putas para todos. Pero lo que más me cabrea no es que salgan los que, aparentemente, tienen el poder, o son títeres del poder (¿y qué poder será ese?) a reclamar ajustes porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades (¿quienes?). Lo que me cabrea es que ya no nos acordamos de que hace un mes escaso a los críos de 15 años los arrastraban de los pelos por Valencia, o peor, justificamos esas cargas porque algo estarían haciendo. Lo que me subleva es que el desgraciado al que su jefe le echaría a la calle si hiciese huelga no le entran ganas de mandar a su jefe a tomar por culo, sino que la emprende con los sindicatos y se enorgullece de clamar a los cuatro vientos que tiene derecho a trabajar. Lo que me asquea es que la gente les siga el juego a los de arriba y se horrorice cuando dos mindundis queman un puto contenedor, pero no cuando un ertzaina le revienta la cabeza a un chaval que pasaba por allí. Estuviera haciendo lo que estuviera haciendo. Pero claro, es que tienen la potestad del uso de la fuerza. Y si hace falta meternos en la cárcel, se nos mete. Y si hace falta matarnos, se nos mata. A ver qué nos habíamos pensado. Lo que no soporto es que la gente parezca necesitar mano dura por parte de papá estado. No puedo entender que a una dictadura lo llamen democracia, si no hace falta mentir: la mayoría de la gente aceptaría la realidad sin rechistar con que le dijeras que es por su bien. Lo que me no puedo aguantar, en resumen, es la naturaleza humana. Así que yo me rindo. Cierro el chiringuito de las protestas y de la conciencia social. Yo a mis uñas y que os den por el saco a todos, porque no os merecéis otra cosa. Y quizá yo tampoco. (Espero no estar animando a perpetrar actos vandálicos por internet, porque la pena serán dos años en breve, y en otro momento de mi vida quizá un retiro espiritual no me vendría mal, pero ahora precisamente estoy bastante satisfecha con mi pequeña vida). Buenas noches y buena suerte.