martes, 7 de febrero de 2012

Los siervos

Llevo bastantes meses reflexionando sobre los tiempos que corren, desde que nos hicieron creer que sentándonos un rato en una plaza pública el mundo iba a cambiar para a continuación convencernos de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y es necesario apretarse el cinturón. En realidad, el mundo nunca cambia, y si cambia no es más que para convertir a los cerdos en hombres, como ya nos enseñó el alter ego de Eric Arthur Blair. 
A veces intento empaparme de ese optimismo envidiable que rezuman las personas que aún creen que otro mundo es posible, que pequeñas mejoras locales hacen que la vida valga la pena. Incluso hace unos meses doy clases como voluntaria en una escuela de adultos con un gran proyecto humano a un variopinto grupo de personas que intentan sacarse el graduado y de las que aprendo cada día algo, amén de alejarme de mi rutina diaria para ver mi vida desde lejos, como me aconsejó tantas veces el Hombre Feliz. A veces, esta actividad, que se convierte entonces en nada altruista, hace que me sienta bien conmigo misma por devolver a la sociedad algo de lo que me ha dado. 
Pero mi naturaleza pesimista siempre aflora, y no puedo menos que estar convencida de que vivo rodeada de siervos. Que yo misma pertenezco a esa clase triste y deleznable. No se explica si no que a estas alturas no hayamos salido a rebanar pescuezos, sino que o bien nos hayamos quedado en casa, o bien hayamos votado a los de siempre, o bien seamos más tontos que los obreros de derechas, y en todo caso sigamos yendo religiosamente a trabajar, aquellos que gozamos de ese privilegio. No, esos obreros no es que sean tontos, la mayoría de la humanidad no es tonta, no vota o se sienta en la plaza o se queda en su casa por esa razón. La mayoría de la humanidad es conservadora porque está compuesta de siervos, de mediocres que no saben hacer otra cosa que rezar virgencita que me quede como estoy y esperar que de la mesa del de arriba (que antaño, pese a que no se había inventado la sociedad de la información, teníamos identificado (el señor feudal, el aristócrata, el rey), pero que ahora se nos esconde en forma de un ente llamado los mercados al que, evidentemente, se hace difícil ponerle cuello) caiga una miga para sentir que no está tan mal. La mayoría de la humanidad es envidiosa y avara, y quisiera para sí lo que tiene el de arriba, pero es demasiado pusilánime para disputarle los privilegios, y demasiado rastrera para ser generosa con el de abajo, al que, a falta de energías para construir una sociedad justa, teme y odia a la vez por pensar que algún día le pueda quitar esa miga miserable que ha caído de la mesa.
Lamentablemente, ahora sé que incluso intentar evadirse de la realidad viendo Bob Esponja (cosa que tampoco antes había intentado) es de todo punto pernicioso. Y si no lo creéis, mirad aquí. Vale la pena verlo hasta el final.