lunes, 28 de septiembre de 2009

Arroz con bogavante


Ingredientes para dos personas:
  • Un bogavante hermoso, vivo y con cara de buena salud, al que no se le debería coger cariño
  • Un vaso de arroz bomba
  • Un tomate maduro
  • Una cebolleta
  • Azafrán
  • Pimentón (o pimiento choricero)
  • Perejil picado
  • Caldo de pescado
  • Aceite de oliva, sal
Se mira al bogavante a los ojos, directamente y sin miedo, porque si no cabe en la cazuela, lo tenemos que matar sin contemplaciones: cortamos la cabeza, y al fuego con el animalito. Reservamos. Hacemos un sofrito con la cebolleta y el tomate rallado, añadimos el pimentón o la ñora, el perejil, el arroz, removemos, colocamos nuestro ex-bogavante -ahora trozos de marisco- añadimos el caldo en punto de ebullición, el azafrán y esperamos a que el arroz se cueza. Acompañar las pinzas con vino blanco.

viernes, 25 de septiembre de 2009

La crisis de los treinta


Nada nuevo: llevo con la crisis de los 30 desde los 25. Pero estrictamente hablando, estoy en mi trigésimo año de vida, así que antes de cerrarlo me tocaba hacer todavía más estupideces de las que llevo en este fatídico 2009. ¿Y hay algo que más tópico que hacerse un tatuaje? (O dos, porque al ser pequeños me cobraban lo mismo...)
Pero como veis, no es una estupidez del todo: estas manchas negras que me acompañaran de por vida tienen un significado. Ningún misterio, se puede adivinar fácilmente observando con detenimiento la foto adjunta.

En cualquier caso, cerrando el primer tercio de mi vida (la esperanza de vida en nuestros países desarrollados está incrementándose tanto que cualquiera espera llegar a los 90, pese a las hamburguesas y los gin tonics) me viene a la cabeza algo que leí hace años en "El pulgar del panda" de Stephen Jay Gould.

Sabemos que los ratones viven sólo un par de años, los perros unos doce, los gorilas unos treinta. Pero resulta que la relación del número de veces que respiran, o que laten sus corazones, con respecto a su tiempo de vida es constante en todos ellos. O, dicho de otro modo, de acuerdo a sus corazones, todos los mamíferos viven lo mismo: unos 800.000.000 de latidos, que equivalen a respirar 200.000.000 de veces. La cosa es que la velocidad a la que laten sus corazones, y a la que respiran, depende inversamente de su tamaño corporal. Sin embargo, los humanos se saltan esa regla y viven 3 veces más de lo que toca a un mamífero de su tamaño. O, dicho de otro modo, yo, si fuese cualquier otro mamífero de 54 kg, en lugar de estar haciéndome tatuajes, debería estar muriendo.

Saber eso debería cambiar nuestra perspectiva de la vida.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Maldita pirámide de Maslow


Decía un tal Abraham Maslow que una vez el ser humano satisface sus necesidades fisiológicas, o sea, tiene asegurada su ración de comida, su refugio y si es posible un compañero sexual, su motivación empieza a dirigirse a la consecución fines "más elevados", de manera jerárquica y tal y como se especifica en la figura adjunta.

Maldita pirámide de Maslow.

Cuando hace ocho meses llegué a Cambridge, puede decirse que dirigí todos mis esfuerzos a asegurarme los dos primeros escalones de la pirámide. Era un 4 de enero, los conductores del autobús no me entendían, las ventanillas del mismo estaban llenas de barro, las calles desiertas, heladas y oscuras (cuánto daño ha hecho a nuestras retinas la obsesión de la insigne alcaldesa de Valencia por las farolas) y era necesario encontrar el B&B cuanto antes, y rezar porque no estuviera en las condiciones insalubres del que me consiguieron en la incomparable Universidad de Cambridge cuando un par de meses antes les engañé para que me hicieran una entrevista.
Necesitaba comida, que durante una semana consistió en el breakfast del B&B y sandwiches prefabricados. Necesitaba un refugio, y los que fui a ver estaban llenos de moho, o tenían ciento cincuenta años, o estaban donde Cambridge perdía su nombre. Elegí lo último. Necesitaba comunicarme de alguna manera con mi compañero sexual, y para ello emprendí una batalla sin cuartel con la British Telecom. Echando la vista atrás, no sé como sobreviví a aquellas primeras semanas de tristeza y desesperación.

Pero claro, si no existiera la maldita pirámide de Maslow, con la consecución de todos esos objetivos mi tristeza y mi desesperación habrían desaparecido hace tiempo. Pero ahora vivo en el centro, tengo localizados los supermercados más cercanos, y el régimen de visitas a mi compañero me permite liberarme de la angustia con bastante regularidad, y sin embargo la cúspide de la pirámide me parece tan lejana (o incluso más) como hace más de ocho meses.
Maldita pirámide.
Total, para llegar al mismo sitio...