domingo, 8 de febrero de 2009

Slippery world









Tras la nieve siempre llega el hielo. Y los resbalones. Cada tarde vuelvo del trabajo y sigo la sombra de mi cabeza cubierta de gorra, gorro y bufanda. Se desliza entre placas de hielo y arbustos, como se deslizan los días, uno tras otro buscando establecer una monotonía que se resiste, porque no estoy en casa y por mucho que me empeñe el tiempo no pasa tan rápido como las pistas del mp3 que me acompañan en este mundo congelado. Ya llevo un mes aquí, y no ha habido un solo día que no haya echado de menos mi antigua monotonía, cuando los días no se deslizaban lentamente entre el hielo sino fatigosamente entre cacas de perro y aceras destrozadas. Poco a poco la nieve da paso a una mezcla de hielo y barro. Por todas partes uno se topa con los cadáveres de los muñecos de nieve y con gente patinando sobre el suelo deslizante, las mujeres agarrándose como pueden a sus stilettos. Yo me agarro como puedo a mi sombra que se pierde con frecuencia entre estas calles mal iluminadas; este país no tiene luz, la sombra se pierde muchas veces entre otras. Aunque ahora sé que hay personas en este vecindario fantasma, porque entre la nieve, el hielo y los charcos se confunden las pisadas de hombres, mujeres, niños, perros, gaviotas.








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