viernes, 17 de abril de 2009

Chrzaszcz

Prometo que cada día intento encontrar pequeñas cosas positivas a este exilio, a pesar de que a veces me da la impresión de estar viviendo en una película de terror cómico inglés (cuando nos encontramos con la mitad de la familia Adams en el autobús, cuando la cajera del banco te sonríe hipócritamente sobre su inmensa papada y su chapa con su nombre describe su característica personal -“I’d love to help!”-, cuando detrás de ti en el autobús se sienta un hippie sexagenario con el torso desnudo lleno de tatuajes y empieza a gruñir, o a cantar,...).
Una cosa positiva, sin ánimo de ofender, es que en este pueblo hay muchos más extranjeros que lugareños, y eso siempre te permite aprender cosas nuevas. Por ejemplo, incrementar tu facilidad de pronunciación intentando reproducir fielmente trabalenguas variados. Así te das cuenta de que el japonés puede ser realmente fácil (Takegaki ni take tatekaketa), pero no llegas a comprender cómo ha podido evolucionar una lengua como el polaco para desarrollar palabras de 8 letras que contienen una sola vocal (W Szczebrzeszynie chrzaszcz brzmi w trzcinie. Ni lo intentéis, mi pobre compañero, y a pesar de ello ya casi amigo, me ha hecho prometer que nunca más le pediré que me enseñe a decir nada en polaco, después de tres días de esfuerzos infructuosos). Aprendes también, gracias a los taxistas, que en Pakistán se cultiva la caña de azúcar, y los ratones son una plaga dañina, y por lo tanto tu investigación previa con feromonas en ratones en realidad podría ser útil para ayudar a los agricultores pakistaníes. Y que en Pakistán sólo das las gracias a alguien cuando realmente tienes algo que agradecer, no como aquí, que de tanto dar las gracias la palabra pierde todo su significado, que de tanto pedir disculpas ya nadie lo siente en realidad.

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