sábado, 17 de octubre de 2009

La vida puede ser maravillosa

Mientras Andrés Montes, este hombre tan peculiar y tan inconfundible (porque mira que era raro, un español negro -siempre haciendo bromas sobre el color de su piel- con la cabeza afeitada en honor a Yul Brynner, gafas redondas y pajaritas) narraba los partidos de baloncesto, soltando bromas absurdas, confundiéndose de jugador (nunca, y no lo voy a hacer ahora, he negado que me ponía de los nervios su manera de perder el hilo), y cantando y hablando de cine y de música (¡de cualquier cosa!) y repitiendo una y otra vez que la vida puede ser maravillosa, para algunos de nosotros, reunidos delante de la televisión, con unas papas y unas cervecitas, en efecto, era cierto.
Hace unas semanas, la selección española de baloncesto ganó el Europeo. Vimos la final con unos amigos, y entre que celebrábamos la victoria y comentábamos el partido, no oí las últimas palabras de este hombre que acababa de perder su trabajo: "Yo me despido de ustedes. Ésta es mi última retransmisión. Y voy a decir lo mismo que decía hace tres años y medio cuando vine a esta cadena: La vida puede ser maravillosa".

Ayer murió Andrés Montes. Desde algunos foros se insinúa que no hace falta autopsia para confirmar cual fue la causa de su muerte. Quizá le falló el corazón. La vida dejó de ser maravillosa para él. Dejó de encontrar la respuesta en el viento.

Desde la distancia, me afecta esta noticia como si hubiese perdido a un amigo, y mira que me gustaba poco como comentarista deportivo. Pero su muerte significa para mí, (y también para muchos más) que las tardes de baloncesto nunca serán iguales, y eso, cuando las echas tanto de menos, es muy duro. Y aunque sabes que cuando decides tomar un camino que te aleja de casa, corres el riesgo de que todo cambie mientras estas lejos, estas noticias te lo hacen aún más patente, más doloroso.

Por una vez, voy a dejar de mirarme el ombligo y acabaré pensando que algunos jugones, algunos cracks, aunque mueran, no están muertos: quedan para siempre en el recuerdo de cientos de personas. Esos jugones son los que son capaces de hacer creer a los demás, aunque sólo sea durante un par de horas, que la vida, con todas sus miserias, con todo su sufrimiento, puede ser maravillosa.

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