miércoles, 14 de septiembre de 2011

Cosas de domingueros

Me gusta hacerme mayor. Quizá porque (dicen que) no tuve infancia, ni (me dejaron, o mejor dicho no tuve huevos para tener) adolescencia, en el sentido en que la mayoría recuerda estas épocas. Tampoco sé si todavía soy joven (en este mundo cada vez más viejo uno aún se considera joven cuando en otras épocas y lugares estaría a punto de palmarla, salvando el honroso ejemplo del imperio romano en el que el iuvenis lo era hasta los 46). En cualquier caso, estos meses de verano (no exactamente de vacaciones, porque mis maravillosas ocupaciones  a la búsqueda de la T3CEM2 (o lo que viene siendo lo mismo: la terapia total que curará todas las enfermedades del mundo mundial, [pero de esta chorrada hablaremos otro día]) no me han dejado más que 7 días laborables libres, me han confirmado esta verdad inapelable: disfruto como un marrano de las cosas de domingueros. Ay, qué gustazo estar en pelotas en la playa con una neverita comprada en los chinos rellena con sus quintillos, sus latitas de mejillones y de olivas,  sus sangüiches y su fiambrera con melón cortadito. Yo no creo que los señores a bordo del velerito que se divisa a lo lejos disfruten de mayor paz interior y alegría de la que disfruto yo pegando tragos de cerveza fresquita mientras leo el suplemento del periódico del domingo y le espolso la arena de la espalda a mi  other half (14 años ya quitándole la arena de la espalda, hay que ver). Como no creo que quien se pueda permitir unas vacaciones en su isla privada en Dubai experimente mayor felicidad que yo en la isla de Cádiz* con mis queridos ex-compañeros del jardín del Edén reencontrados, como ya vaticiné en posts anteriores, delante de un salmorejo. 
Además de concluir que me he hecho mayor, y me gusta, cuando disfruto tanto de las cosas de domingueros no saco otra conclusión que la que ya saqué la última vez que escribí hace dos meses: si fuésemos capaces de prescindir de lo superfluo quizá lo imprescindible llegase a todos. Esta mañana me he despertado con la noticia de que en EEUU hay 46 millones de pobres. Es decir, toda la población de esta España nuestra. Y aun así, la proporción es menor que en nuestra España, donde albergamos a 9. Qué sabia mi amiga Amparo que durante un par de días se quedó conmigo en Barcelona y me sustituía el telediario del desayuno por Bob Esponja.


--------------------------------------------
*He aprendido que es necesario, para la salud mental, visitar al menos una vez en la vida la tacita de plata. Se pueden degustar tortillitas de camarones, salmorejo, raciones de gamba fresca a precios y con una relajación imposibles por tierras de parla catalana, y enterarse de por qué la constitución de 1812, que allí se firmó, no se aplicó nunca: en su artículo 4º definía como obligación del gobierno asegurar la felicidad de la nación, algo de todo punto inadmisible. Lo cual me lleva a la tan discutida modificación del artículo 135 de nuestra sagrada e intocable (hasta hace dos días) constitución del 78, pero de esto hablaremos otro día. 


2 comentarios: