domingo, 25 de mayo de 2014

Londres y Virginia Woolf


London was like a workshop. London was like a machine. We were all being shot backwards and forwards on this plain foundation to make some pattern. (...) So long as you write what you wish to write, that is all that matters; and whether it matters for ages or only for hours, nobody can say. V. Woolf, A room of One's Own, 1928. 

Sólo he leído dos libros de Virginia Woolf. El primero, Orlando, lo acabé de la noche del 11 de octubre de 2003, con un escalofrío en la espalda, no porque me hubiese maravillado, que más bien me dejó confusa, sino por como acaba: Y la duodécima campanada de la medianoche sonó; la duodécima campanada de la medianoche, jueves, 11 de octubre, 1928.

El segundo, Una habitación propia*, lo acabé hace un par de semanas. Una semana antes yo había escrito en mi otro blog acerca de la falta de plumas femeninas en las bitácoras científicas: Escribir aquí es fácil, simplemente se debe ser científico, tener una propuesta, y enviarla al equipo editorial. Me atrevería a decir cualquier científico/a al que le interese la divulgación puede hacerlo. Aquí no hay "techo de cristal" que valga de excusa, y sin embargo, ¿dónde están las mujeres científicas con ganas de divulgar? ¿Quién les impide hacerlo desde esta iniciativa?

Paralelamente, así acaba Virginia Woolf su ensayo, en el que reflexiona acerca de lo que necesitan las mujeres para convertirse en escritoras: según la desdichada autora, simplemente una habitación propia y 500 libras al año (de 1928, me pregunto cual sería su equivalencia en 2014 en Londres, sospecho que no menos de 50000): ¿Como podría alentaros a que entráseis de lleno en los negocios de la vida? Jóvenes mujeres, atendedme: en mi opinión sois desgraciadamente ignorantes. Nunca habéis hecho un descubrimiento importante. Nunca habéis destruido un Imperio ni liderado un ejército. Las obras de Shakespeare no os pertenecen. ¿Cual es vuestra excusa? Está muy bien que digáis apuntando a las calles y plazas y bosques del globo preñadas de habitantes blancos y negros y de color café, todos ocupados en el tráfico y los negocios y en hacer el amor, "hemos tenido otro trabajo. Sin nosotras, los mares no habrían sido navegados y toda la tierra fértil sería un desierto. Hemos llevado en nuestro seno, y alimentado, y lavado y enseñado, quizá hasta la edad de seis o siete años, a los mil millones seiscientos veintitresmil humanos que, según las estadísticas, existen hoy en día, lo cual, incluso con ayuda, toma su tiempo".
Hay verdad en lo que decís, no lo negaré. Pero al mismo tiempo, ¿puedo recordaros que ha habido al menos dos colleges para mujeres en Inglaterra desde 1866; que tras el año 1880 una mujer casada puede por ley estar en posesión de bienes propios; y que en 1919, ya desde hace nueve años, puede votar? ¿Puedo también recordaros que tenéis acceso a la mayoría de las profesiones desde hace casi una década? Cuando reflexionais acerca de estos inmensos privilegios y la cantidad de tiempo durante la que los habeis disfrutado, y sobre el hecho de que debe haber ahora mismo unas dos mil mujeres capaces de ganar 500 libras al año de una manera u otra, estaréis de acuerdo conmigo en que la excusa de la falta de oportunidades, educación, apoyo, tiempo libre y dinero ya no es válida.
 
Y así sigo, en Londres, y si bien no parece que me llegue a reconciliar con el país, encontrando pequeñas perlas por el camino, casualidades de las que me alimento, palabras, hojas verdes en los árboles, paisajes literarios que me empujan a seguir adelante.

*Este ensayo nace de una conferencia para las estudiantes del Girton College de la Universidad de Cambridge, primer college en Inglaterra en admitir mujeres internas, y al que pertenecía, curiosamente, mi ex-jefa.

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