jueves, 17 de diciembre de 2009

Pain is so close to pleasure

Ya lo decía Freddie Mercury, y como casi siempre en las más estúpidas de sus canciones, tenía razón. O eso dicen las eminencias de Oxbridge.
Hoy hemos tenido la oportunidad de escapar de yellow walls a Londres para asistir a unas conferencias navideñas de la British Neuroscience Association. Según Rafalek, ha sido una aventura comparable a cuando aquel perro le ladró en Gottingen (aparentemente, la vida en la fría europa, o en esta fría isla, te suele recompensar con estas maravillosos acontecimientos fuera de lo común; pero yo no lo podía saber: qué le voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo).
Para ser justos, han sido unas charlas entretenidas- todas menos una, la de la señora con más professorships de entre todos los ponentes-, con un tema siempre apetecible: la neurociencia del placer, el refuerzo y la felicidad. Pocas conclusiones nuevas, sin embargo: que a pesar de que nos pasamos la vida intentando cambiar nuestra vida- o, según nuestras intenciones, mejorarla- esto no incrementa significativamente nuestra felicidad, que tiende siempre a un nivel basal; que la predisposición genética a ser un triste sólo actúa cuando existen factores externos; que el patrón de disparo de las neuronas dopaminérgicas señaliza la aparición inminente de una recompensa; que las personas que miran las vacas en los prados disfrutando de la belleza de la vida, donan a asociaciones benéficas y practican con los maravillosos sistemas desarrollados en Cambridge tienen menos probabilidades de desarrollar Alzheimer; que la unidad de placer, un hedón, es lo que siente una rata Lister-Hooded de 300 g, deprivada, cuando consume un pellet de 3 g (los números los invento, no los recuerdo ni creo que sean muy interesantes) y que por supuesto, esta unidad también se estableció en Cambridge; que para la época, Spilberg lo hizo muy bien al seleccionar la banda sonora de Tiburón, pero que hoy en día nos da bastante risa (suena un poco off topic pero ha sido una charla entretenida sobre la neurobiología de las emociones elicitadas por la música, con la simpática idea de traer a un clarinetista y un saxofonista en directo); etcétera.
Y sin embargo, la discusión final ha girado en torno al dolor. Sólo una conferenciante, de Oxford para más señas, ha hablado sobre dolor, sobre cuán subjetiva es nuestra percepción del dolor, sobre un experimento diseñado para evaluar cuando el dolor puede ser placentero. Aparentemente consiguieron esto último: cuando previnieron a los voluntarios que iban a hacerles padecer un dolor intenso, pero luego sólo les produjeron un dolor moderado, los sujetos experimentaron una sensación placentera, y los circuitos neurales del refuerzo se activaron. (Algo parecido ocurre con los pesimistas, cómo ha dicho otro conferenciante: los premios son más reforzantes para ellos, porque siempre esperan lo peor. De una manera o de otra, siempre acaban dándome la razón acerca de los peligros del pensamiento positivo).
¿No es sorprendente que el debate se haya dirigido exclusivamente hacia este tema? Incluso el chairman ha hecho un tímido intento de desviar la atención hacia la felicidad recordando tímidamente que era el asunto central de las conferencias, y que además siendo estas fechas se supone que estamos contentos, pero la concurrencia erre que erre volviendo al dolor. ¿Eran todos masoquistas, o tenían una fijación morbosa con el sadomaso? ¿Quizá esa fijación con los eventos negativos deriva del aburrimiento, porque cuando lo más interesante que ocurre en tu vida es que un perro ladre, necesitas sentir al menos dolor? ¿Buscamos el dolor de manera patológica como único medio de experimentar placer en un mundo saturado de placeres que ya no podemos saborear?

Hoy ha nevado sobre Londres, y la gente seguía con sus compras navideñas.

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