domingo, 3 de octubre de 2010

I miss you already...



No importa durante cuánto tiempo uno haya estado preparándose para irse: nunca se está listo del todo para la despedida. Incluso yo, que llevo yéndome desde que llegué, hace 21 meses (y no 18, como se empeñaba en decir mi jefa), me he sorprendido al despertar por última vez en Cambridge, con un sentimiento de incredulidad, de ligereza y alivio, pero de gran pesar en el corazón. Porque todos los malos momentos empezaron a enmudecer con unas fotos porteñas sobre mi escritorio, a empequeñecerse con los floridos apretujones polacos, a disolverse con las lágrimas del Hombre Feliz. Y de repente, empezaron a brillar los buenos momentos; con la tristeza diluyéndose y escapándose por el desagüe; con los recuerdos felices remodelándose y reconsolidándose, venga la síntesis proteica en mis pobres neuronas todo el día de hoy: vaciar el jardín del Edén sabiendo que no podremos vaciar la calabaza y ponerla en la ventana para Halloween, abrazarnos uno a uno porque toca estirar los lazos de la amistad hasta no se sabe dónde o cuando: si nos reencontraremos con unas pintas (y un zumo de naranja), o mejor, un salmorejo delante, o con un pulpo a feira, o con una paella de verdad. Y mira que en el último momento el plan de la Serpiente sonaba bien, y mira que lo tenía todo pensado para que los que estábamos no nos fuésemos, y los que sólo vienen de vez en cuando se quedasen para siempre… Creamos que, aunque no siempre puedas tener lo que quieres, si lo intentas, a veces, consigues lo que necesitas.

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