martes, 9 de junio de 2009

Random people

Vamos a tener señores de la limpieza.
Increíble, ¿no os parece? Empecemos por el principio.
Hace once años que no entra un limpiador profesional en las facilities. Como bien dijo la más veterana de los ocupantes de la office, en este país en que abundan los infiltrados terroristas no se puede permitir que random people (Oh, I loved that expression from the very beggining) campe a sus anchas con auriculares con dispositivos de grabación tomando imágenes top secret y filtrándolas a la BBC. No se puede permitir, porque como me dijeron en el cursillo de la licencia (no para matar, porque para matar por métodos humanos listados en el schedule one no es necesaria) cualquier día podría recibir un paquete con heces o cuchillas de afeitar en casa. En realidad, estoy entrenada para reconocerlos: llevan muchos sellos, porque los terroristas no pueden ir a la post office a pesarlos, y deben asegurarse de que lleguen a su destino, la casa del desafortunado currante en animal welfare. Pero me estoy desviando del tema. Es lo que tiene pasar seis horas diarias entre paredes amarillas.
La semana pasada hubo una (decir gran sería exagerar) discusión en la office. Es la consecuencia lógica de pasar tantas horas amontonados junto a una kettle llena de cal sobre un mantel de flores lleno de mierda y dos grapadoras que no dejan de atascarse. Y de no tener señora de la limpieza, y de haber pasado cinco años estudiando una carrera y otros cuatro un doctorado para llegar a la segunda mejor universidad del mundo (eso dicen ellos) a encontrarte con un cartel que dice que no es razonable esperar que otros miembros del staff quiten las heces (de nuevo heces) por ti. Entonces uno se cabrea, menta la jerarquía, esto es, hace referencia al demonio, y ya está montada. Y cuando dice que ya está bien, vamos a contratar a alguien cuyo trabajo sea fregar suelos como en el resto del mundo civilizado, y le dicen que esto no es España sino el Reino Unido (¿Y eso qué significa, que en España estamos por detrás o por delante?), y eso es imposible, uno decide que no es imposible, que debemos pelear por ello.
En dos días tendremos gente especializada en fregar el suelo.
Lo hemos conseguido.
La revolución ha comenzado.
Lo siguiente será el agua. Y los auriculares.
Pero es que cuando juntas a un polaco, un japonés y una españolita seis horas al día en una habitación de paredes amarillas sin ventanas, sólo pueden pasar dos cosas. Una es que se geste una revolución. La otra es que sea un chiste.
-Hoy estoy deprimida- le digo al polaco.
-Ve a un college, siéntate al lado de, por ejemplo, Newton, y piensa en las grandes mentes que han pasado por aquí- me dice él.
-Eso no me ayuda- le respondo.
-Carmen está deprimida. - le dice el polaco al japonés- ¿Qué le sugieres?¿Harakiri o seppuku?
-Diazepam-dice el Hombre feliz.

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