lunes, 13 de julio de 2009

Mi araña residente

Nuestro ingeniero electrónico, ex-yugoslavo, nos ha visitado de nuevo. Cuando lo conocí, lo primero que me dijo fue que tenía cara de haberme dejado algo atrás. Quizá un novio. Así, sin anestesia. Le dije que había acertado, y enseguida me largó un discurso acerca de mi obligación de volver o la obligación de mi novio de venir aquí, porque a mi edad, que seguro que tenía ya casi 30 (y no se creyó que me pidieran el ID para comprar cerveza), iba a empezar a ser tarde para tener hijos.
Ayer cuando abrió la puerta de la habitación de paredes amarillas y me vio, exclamo:
-¡La chica española! ¿Pero qué haces todavía aquí? ¿Aún no has huído?
-Sí, aún por aquí, pero tranquilo, mi novio se ha ido esta mañana, y yo me voy a pasar el fin de semana a España.
-No puedes aguantar ni tres días, ya veo, ya veo.

Y entonces pienso que, a pesar de la distancia, nuestras arañas residentes -la española en el retrovisor del coche, la inglesa en mi bicicleta- arreglan cada noche la tela que durante el día se estropea por culpa del viento en contra, y así van tejiendo unidas los días que voy tachando del calendario de la habitación de paredes amarillas, recordándonos que no estamos tan lejos si en ambos mundos paralelos hay minúsculas arañas tejiendo un puente de uno a otro.

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