lunes, 10 de enero de 2011

El balón de oro

En vilo me tenía tan trascendental cuestión. Menos mal que por fin se ha despejado la duda y ya podemos dormir tranquilos: sin duda ha ganado el Barça, esa filosofía de apoyo a los jóvenes jugadores, esa humildad, todo ese bla.
Fue a principios del siglo pasado (cómo me cuesta aún referirme así al XX), con el nacimiento de la sociedad de masas, cuando el deporte dejó de ser cosa de una élite despreocupada y ociosa y pasó a convertirse en el entretenimiento principal de unos obreros que a fuerza de sangre, sudor y lágrimas se abrían paso en las ciudades como podían y poco a poco ganaban en derechos, y poco a poco las jornadas laborales inacabables se recortaban y los sueldos crecían un pelín, y necesitaban algo más que alcohol para quedarse tranquilos durante ese pelín de tiempo gastándose ese pelín de dinero. Sociedad del bienestar, lo llaman desde hace un tiempo, panem et circenses lo llamaron los romanos (y de ellos hablaremos otro día). Porque a pesar de lo que creamos todo está ya inventado. En el estado español, como dicen por estos lares, quizá gracias primero a la filosofía republicana-socialista que veía el deporte como una gran forma de alejar al obrero de la cantina y canalizar su energía y camaradería y solidaridad, y más tarde por la fascista del culto al cuerpo y al superhombreario, poco a poco se consolidó una de las creencias populares más arraigadas, a saber, que el disfrutar del partido de furgol de los domingos es un derecho inalienable de la persona humana. Y lo dice una que cada dos semanas se sienta en una silla de plástico amarillo para ver correr y saltar y meterse ostias como panes a 10 tíos en pijama de verano. ¡Pero el es que el baloncesto es otra cosa, permitidme el exabrupto! Que no me veo yo a las estrellas mandrilistas escribiendo un blog tan interesante como el del Palomero cuando vuelven de fiesta haciendo eses con el deportivo. Y sí, una también tiene derecho al entretenimiento, a una no le da la gana prescindir de ello, pese a que le pese saber que todo es un engaño. Lo cual me lleva a que me he desviado bastante del tema que lleva unos días rondándome la cabeza: mi creciente resignación y desesperanza. 
La convicción de que la ilusión momentánea de libertad que nos ha durado unas décadas, más o menos desde que nací yo, diría, hasta ahora que los mercados, esos entes que nadie osa definir, amenazan con engullirnos, se está acabando, y, lo que es peor, no sé, no sabemos, qué hacer. Porque no queremos perder nuestro derecho inalienable, aunque paupérrimo, de ver el partido de los domingos y salir de tapas. No en vano nací el año en que mataron a Lennon,y yéndome por los cerros de Úbeda se me ha hecho ya muy larga esta entrada, y de todo esto hablaremos otro día.

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