lunes, 3 de enero de 2011

Ochenta años

Soy una persona muy afortunada. De las pocas que a los 30 años aún disfrutan de todos sus abuelos biológicos.
Hace un año, cuando perdí a mi abuela "adoptiva", reflexionaba sobre lo extraordinario de todas esas personas como la abuela María, cuyas vidas parecen discurrir sin ningún sobresalto, sin ningún acontecimiento especialmente sobresaliente, y que sin embargo son imprescindibles para los otros. Porque la valía de cada uno podría muy bien medirse mediante su influencia sobre los demás.
Soy una persona extremadamente afortunada, ya que he tenido la suerte de que una de las personas más imprescindibles y más sobresalientes para mí seas tú, la yaya Neme.
Y mira que dijiste veces que a los ochenta te ibas, y que si no te ibas, que te metiéramos en un barco y lo hundieran, porque nunca has querido ser una carga para los demás. Pero no lo dijiste
en serio, afortunadamente, y ahora alcanzas la venerable edad, con una dignidad y una juventud envidiables, con la gente del pueblo aún confundiéndote con la hermana de tu hija, con la coquetería intacta que te lleva a vestir de vez en cuando con vaqueros (¡y qué orgullosa he estado siempre de ser de las pocas personas que puede decir eso de su abuela!) y con los demás sabiendo que nunca serás una carga.
Naciste el 3 de enero del 31 en un lugar de la Mancha de cuyo nombre hoy nos acordaremos, Almagro. En mitad de una familia que daría siete hijas y dos hijos, pobre. Del pueblo me has contado el miedo que sentíais cuando los aviones de la guerra civil os sobrevolaban, como tú y tus hermanos aprendisteis a escurriros por cualquier grieta a robar huevos, a espigolar en el campo en busca de algo que llevaros a la boca (empresa peligrosa que casi le costó una oreja a tu hermano Ramón, el que iba antes que tú y al que tanto cariño tenías, y que murió tan pronto cuando llegasteis a Valencia), a trepar a los árboles cuando soltaban a los toros. A tus quince (si no recuerdo mal) tu padre recogió a tus hermanas mayores y a ti y llegasteis a Valencia a buscaros la vida. Vivisteis en el Grao, y mientras tus hermanas servían y tu padre trabajaba en el puerto, tú trabajabas en una fábrica textil. No sabías apenas leer, ni escribir, ni sumar, ni restar, ni por supuesto hablar en valenciano, pero pronto la encargada se dio cuenta de que trabajabas más que las demás, y te dio nuevas responsabilidades. Tú aprendiste con tesón, a contar, a leer, gracias a los carteles de los escaparates cuando salías a pasear con tu novio, mi yayo, que te ayudaba, que antes que tú llegó a sus 80 y como tú es extraordinario. Os casasteis, tuvisteis dos hijas, abristeis un pequeñísimo negocio en un barrio de emigrantes manchegos y extremeños de un pueblito del área metropolitana de Valencia, una droguería de 20 metros cuadrados que aún recuerdo en blanco y negro, en la que vivisteis los cuatro durante años antes de poder comprar una casa. Te levantabas a las 6 de la mañana para ocuparte de la casa, de tus hijas, de tu marido, del negocio. La primera vez que tuviste una lavadora, te la llevó el que sería mi padre.
Tengo tantos recuerdos de ti que no sé cuales seleccionar: cómo me contabas el cuento de Carepusita y el de Garbancito, como me pusiste barro en el dedo el día que me picó la avispa, como me preparabas la cena en el chalé, como jugábamos a las cartas con tus hermanas, como parecía que nunca estabas cansada, siempre trabajando y luego cocinando, y fregando, y con tu gimnasia. Cuando tuviste un ataque bastante malo de artrosis y eras incapaz de levantar el brazo, y hacías rehabilitación en el almacén de la droguería agarrándote con las uñas, siempre perfectamente pintadas, al gotelé de la pared. Cómo las mujeres que iban a la droguería siempre te llamaron Señora Neme. Porque te habías ganado el título de Señora.
Para mí representas más que una abuela: eres un modelo a seguir, un orgullo, la personificación de la lucha, de la fuerza de voluntad. Por eso quiero que mi primera entrada del año que preveo mucho mejor que el anterior sea para ti. Este es nuestro año, yaya. Tenemos que seguir adelante, tú cuidando tus ochenta y los ochenta del yayo, pudiendo con todo como siempre, con tus clases del cole, peleándote con las divisiones entre dos cifras (no te preocupes demasiado, que ya dominas las de una, y a ver si por fin la maestra te hace caso y te enseña geografía), con tus paseos, tu costura, tu leer el diccionario y tu hacer cuentas en tus cuadernillos Rubio, tu peluquería los martes (¿o son los jueves?), tu yoga, tu vida sencilla que tanto y tanto me ha enseñado.
Y yo adelante siempre, tu nieta doctora (aunque no pueda firmar recetas) vagando por el mundo haciendo sus cosas de investigadora, pero siempre con un pie en casa con los suyos, y siempre orgullosa de su superyaya, que cumple ochenta, pero cuya sabiduría es milenaria.


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Foto: en la puerta de la droguería, sobre 1984, mi tía, que me dio mi nombre, mi yaya, que me dio sabiduría, mi madre, que me dio la vida, y miniCarmen con moños de valenciana....ay....

1 comentario:

  1. Vaya, vaya... hoy te leo y releo más tarde que tú a mí, también con los ojos algo empañados. Sentirse tan cerca de nuestros más mayores es maravilloso. Poder compartirlo contigo también. La Señora Neme ha conseguido sacarme una tierna sonrisa, más tierna que los panecillos de leche. Efectivamente, eres, somos, muy afortunadas. En cierta forma, ellos también se sienten así, estoy segura.

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